Frente a las visiones de una industria totalmente automatizada, donde la mano de obra es desplazada por completo por las máquinas, empieza a imponerse una nueva tendencia en la que los robots salen de las zonas de producción donde estaban recluidos para trabajar en equipo con los humanos.
Es lo que se conoce como robótica colaborativa y pretende integrar a los robots en el sistema de producción junto al trabajador, no para eliminar su empleo, sino para facilitarlo. “Hasta ahora los robots estaban en las zonas de producción en las fábricas separados por celdas. Con la llegada de los robots colaborativos, como son complementos, no sustitutos de las personas, deben compartir el espacio”, explica Carmen Iglesias, directora de Transferencia a Mercado de IKA4-Tekniker, un centro tecnológico que es referente en robótica a nivel europeo.
Los nuevos robots, o “cobots”, para ser más exactos, pueden usarse para tareas muy repetitivas, sin margen para la creatividad ni para la improvisación, que requieran mucha precisión o que sean más penosas físicamente, porque requieren mayor esfuerzo o porque una persona podría lesionarse si las hace de continuo. También para transportar productos semiacabados o materias primas por las plantas, recoger objetos, en caso de estar dotados de brazos y garras versátiles, o, si llevan cámaras, hacer inventarios.
Interacción natural
Como tienen que compartir espacio con los humanos, es fundamental la seguridad, por lo que integran sistemas de percepción 3D, navegación autónoma y detección de personas, como uno desarrollado por IK4-Tekniker que puede trabajar con una persona al lado preparando pedidos. Otro desarrollado por el mismo centro y dotado con dos brazos de 2.5 metros cada uno es capaz de reducir su velocidad paulatinamente hasta llegar a pararse si advierte un peligro de colisión.
Pero también es importante que la interacción con las personas sea cada vez más natural posible, de forma que el robot pueda entender mensajes que los humanos les envían hasta con gestos. El experto en transformación digital Marc Vidal cree que en la relación entre humanos y robots hay aspectos culturales que, de momento, no se han podido salvar, como la “sensación de rareza” que esta interacción produce en las personas o que “el desconocimiento de la verdadera inteligencia de un ‘cobot'” sea motivo de inseguridad.
“La empresa Rethink experimentó con bocas sonrientes en sus robots para hacerlos más humanos pero el resultado fue un fracaso total. Las personas veían sonrisas falsas y desconfiaban del bicho en cuestión”, pone como ejemplo. Para definir esta nueva tendencia, el director del Área de Fabricación Avanzada del centro tecnológico Tecnalia, Rikardo Bueno, prefiere hablar de una robótica más autónoma y flexible.
Autónoma en el sentido de que los robots son capaces de percibir el entorno, adaptarse al mismo, tomar decisiones y ejecutar acciones en un entorno cambiante. Y flexible, porque, frente a los que hay ahora en las fábricas, “enjaulados, haciendo siempre lo mismo y que hay que reprogramar por completo para que hagan algo diferente”, los nuevos robots son más sencillos de programar cuando se les asigna una nueva función.
Reconoce, no obstante, que esa nueva robótica aún está en sus inicios y que pueden pasar entre 10 y 15 años hasta que se implante de forma generalizada. En su implantación, añade Iglesias, influyen los cambios en los hábitos de los consumidores, que reclaman productos cada vez más personalizados y plazos de entrega más cortos, lo que obliga a series más cortas y flexibles de fabricación.
Por sectores, el aeronáutico, donde hay mucha operación manual que requiere de mayor flexibilidad en las tareas productivas, es uno de los más adelantados en incorporar este tipo de soluciones, campo donde Tecnalia ha trabajado, por ejemplo, con Airbus. Otro terreno pionero de aplicación es la intralogística, es decir, la circulación de mercancías dentro de las propias fábricas, “donde al final vemos cada vez más vehículos autónomos que son capaces de ir de punto a punto evitando obstáculos”, señala Bueno.