El Misterio de Belén -cuento-

Artaban estaba por demás triste, a pesar de todas las muestras de agradecimiento que recibía por parte de la gente a la que le cambiaba la vida. Sabía que su secreto quedaría guardado durante años…

Por: MakaBrown

El elefante, el camello, el caballo y el león estaban listos. Apenas dos días antes se habían encontrado en aquel desierto. Los cuatro reyes del Oriente estaban muy contentos porque ya habían localizado la estrella que los llevaría hasta Belén.

Recién amanecía, Melchor, Gaspar y Baltazar arreglaron sus regalos subiéndolos a los animales. Artaban estaba un tanto triste porque sentía cierta discriminación por su gran y desbordada bondad. Lo que no sabían aquellos tres reyes, era que Artabán guardaba un secreto, un gran secreto que no estaba dispuesto a revelar.

Artaban llevaba un cofre lleno de perlas que entregaría al niño Dios. Con toda la calma del mundo se subió al León para intentar alcanzar a los otros tres reyes magos. Pero en el primer pueblito se encontró con una persona que tenía hambre, y sin pensarlo le dio una de las perlas.

Los tres Reyes le llevaban mucha ventaja de camino, y a pesar de que Artaban avanzaba velozmente sobre su león, en otro pueblo vio una familia que ninguno de los integrantes tenía vestido ni zapatos. Les dio también una perla para que pudieran cubrirse.

Pueblo tras pueblo Artaban se encontraba con gente con la que se detenía para ayudar. A unos les ayudo para sus enfermedades, a otros para comprar comida o un techo donde dormir. Los días pasaron… los meses… los años.

Artaban estaba por demás triste, a pesar de todas las muestras de agradecimiento que recibía por parte de la gente a la que le cambiaba la vida. Sabía que su secreto quedaría guardado durante años… incluso, tal vez nadie lo supiera, era un secreto que se llevaría hasta la tumba.

En su andar por la vida, y luego de más de treinta años de aquel encuentro con los Reyes Magos, vio que iban a crucificar a un pobre cristiano. El pueblo se volcaba lleno de odio exigiendo su crucifixión.

Con la mirada de aquel hombre le dijo a Artaban que se acercara.

-Perdón señor, es a ti a quien te he buscado. Desde tu nacimiento quería entregarte un regalo, pero solamente me ha quedado una perla.

El señor lo miró a los ojos y le dijo.
– No tienes por qué mentir.

– No miento señor, no miento, es en serio. Traía una caja llena de perlas por la felicidad de conocer al hijo de dios.

– Sabes bien a lo que me refiero Regina.

– Aquel cuarto rey se sintió descubierto cuando escuchó su verdadero nombre. Sus lágrimas rodaban por las mejillas mientras se acercaba hasta aquella cruz donde el hombre se estaba muriendo.

Tanto hombres como mujeres son hijos de Dios. Regina, en el nombre llevas la verdad. Ser la Reina del Oriente te da aún mayor valor que a los otros. Has hecho valer la equidad de género con amor y valentía.

Aquella Reina del Oriente no podía contener el llanto.

“No querían que los acompañara Señor. Me discriminaban solamente por ser mujer. Me creían débil, pero en todos estos años ni un solo día dejé de buscarte. Eso no era motivo suficiente. Me hice pasar por rey todos estos años, porque el camino de mi vida ha sido peligroso y complicado. Viajar por todo el mundo, aún sobre mi viejo león, me daba mayor seguridad hacerlo como si fuera varón, si hubieran descubierto mi identidad probablemente no hubiera llegado hasta aquí contigo”, reveló la Reina del Oriente.

Aquel hombre crucificado le quitó la capucha que cubría su cabeza, colocó su mano sobre su larga cabellera y le dijo estás palabras: “Regina, Reina del Oriente, cada perla que has entregado me la has entregado a mí. Porque cuando tuve hambre me diste de comer, cuando estuve enfermo me curaste, y cuando no tenía ropa ni vivienda, me diste un techo y me vestiste.
“Pero señor… yo nunca…”

Cada persona que ayudaste, ahí estuve. Y cada que brindaste tu corazón y tu buena voluntad, me la diste a mí. Por eso, tendrás la vida eterna mi querida Reina de Oriente. El misterio de Belén había sido aclarado.

El último aliento salió de Jesús. Regina se sentó a unos metros mientras oraba y lloraba. Jesús había muerto.

Al tercer día, ya cuando Regina aquella reina del Oriente alistaba el viejo León, escuchó los gritos de la gente… ¡ésta vivo!, ¡ésta vivo!, ¡ésta vivo!. Una luz cegadora inundó los ojos de aquella valiente, increíble e incansable reina maga, Regina, la reina del Oriente.

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