Trabajaba en un negocio de telefonía y fax público allá por el año de 1992 en Silao, Guanajuato. Estábamos a punto de hacer corte mi compañero y “primo” Víctor y yo. Hacía calor y se antojaban unas cervezas, de hecho ese era el plan, para qué mentir. En eso, entró corriendo un señor. Tendría unos cincuenta años por lo menos.
-Me comunica por favor, nos decía mientras nos entregaba un papelito arrugado con un número telefónico con lada de Tamaulipas.
Su llamada duró cerca de quince minutos. Cuando salió de la cabina nos pidió la cuenta. Lloraba tristemente. Víctor y yo nos veíamos un poco confundidos. Si algo aprendimos en ese negocio era el ser más humano. (A mi mente llega en este momento de la de ancianita que nos dio una carta para que la enviáramos por fax con destino ¡al cielo!; esa es otra historia que luego les contaré).
Víctor no soportó el momento y le preguntó si podíamos ayudarle en algo. El señor se secó las lágrimas y nos volteó a ver con un hilo de esperanza.
Es mi hija. Tengo una hija en el hospital y mañana la operan en León, en la clínica de la T1. Le hablé a su madre para ponerla al tanto.
-¿Es muy delicada la operación?.
-Un poco… bueno, si es delicada, pero más que delicada, es que no encuentro donadores de sangre.
Víctor y yo pensamos en dos cosas al mismo tiempo. Primero, ¡adiós cervezas!, segundo… ¿por qué no?.
-¿Has donado sangre primo?, me dijo emocionado.
-Pues… no, la verdad no. Ambos teníamos diecinueve años.
-Pues como que ya va siendo hora ¿no?, me dijo en tono decidido. Si le sirven dos donadores , nomás diga señor.
Al señor se le iluminó el rostro. Casi como si hubiera visto un par de ángeles.
-¿En serio?, si… ¿me apoyarán?.
-Claro, nomás díganos dónde o a qué hora y ahí estaremos, ¿verdad primo?. Si algo tenía Víctor era ese carisma para hacer las cosas tan sencillas.
Eran las cinco de la mañana y ya íbamos rumbo a León. En media hora ya estábamos formados para hacer nuestra obra del día… o de nuestras vidas.
Repartieron las fichas, y aunque un poco desmañanados, leíamos el letrero que entre otras cosas decía: “No tatuajes”, “No menstruación”, “No drogas”, “No alcohol” (¡No alcohol!)…y una listota que parecía que lo que necesitaban eran “soldados de Dios”.
-Pues a ver si la libramos primo, me dijo a manera de broma.
-“Espero no estés embarazado”, le dije como respuesta.
Traíamos tan buen ánimo que cuando nos hicieron la prueba para detectar cualquier inconveniente en ser donadores, y fuimos “elegidos aptos”, nos sentíamos como súperman.
Nos recostaron en unas camillas, nos canalizaron y cotorreábamos con la enfermera cuando la bolsita iba a la mitad. ¡¡Tráiganos un tinaco!!, gritaba Víctor emocionado; ¡pero de mil litros!, decía haciéndole segunda.
La enfermara sonrió y nos dijo, algo que jamás olvidaré…. “Ojalá y todos los donantes sean como ustedes, su hermana se los va a agradecer”.
-¿Hermana?, dijo Víctor. No, la neta ni conocemos al señor que nos invitó. Es un cliente de donde trabajamos, pero ni sabemos cómo se llama.
-“Entonces Dios se los regresará doble” nos recalcó.
Nos dieron un algodón con alcohol y bromeamos nuevamente, que mínimo “si no nos echamos las cervezas, pues siquiera para mojarnos los labios con el algodoncito”.
Lo colocamos en nuestros brazos y nos recomendó la enfermera que nos estuviéramos sentados un momento afuera de donde nos habían sacado la sangre, aquella sangre roja que solamente era una bolsita, pero toda una esperanza para otra persona.
Pasaron unos tres minutos y el señor que nos invitó, llegó con un par de latas de refresco bien heladas y un pay de piña para cada uno, de esos de las maquinitas que están en la entrada del hospital.
-¡Un millón de gracias! nos decía al tiempo que le daba un fajo de billetes a Víctor.
Mi “primo” reaccionó muy indignado. “¡Guárdelos señor, guárdelos!, en buena onda nos está ofendiendo. Creo que es lo mínimo que podemos hacer. Seguramente, con la voluntad de Dios y el trabajo de los doctores su hija estará llena de salud nuevamente. Ojalá y nuestras gotitas de sangre sirvan de algo… se lo digo en buena onda”.
El señor se puso a llorar y nos abrazó. Fue un abrazo como ninguno he sentido en la vida. Un momento especial e inolvidable.
Regresando a Silao, nos sentíamos con una paz y una tranquilidad que solo esos pequeños detalles te pueden dar.
Desde ese día mi primo es donador voluntario. Asiste seguido a dar un poco de sangre, de esa sangre roja, sangre de vida.
Sinceramente yo sólo he ido sólo en otras cuatro ocasiones. La última vez, fui rechazado por estar “bajo en glóbulos blancos”. Me sentí tan mal no poder ayudar, tan mal que sentí que mi sangre no servía, que ya jamás podría ayudar, ni a los conocidos, ni a los desconocidos.
Un doctor me explicó que esa ocasión fue por no dormir suficiente (apenas y dormí un par de horas). “No te preocupes, cuídate mucho, come sano, y duerme lo suficiente, con eso, será más que suficiente, para puedas regresar a la vida un poco de esa sangre, de esa sangre roja”.
Felicidades Victor Y Su Primo Dos Angeles De Amor,,Dios Los Premiara Por Ese Acto De Bondad