“¿Será necesario esperar hasta la muerte
para darse cuenta de lo inútil que son varias de las posturas
mentales y emocionales que asumimos como nuestras?”
Abel Pérez Rojas
En México “morir en la raya” es un dicho que se usa para exaltar la valentía de alguien que muestra arrojo por sobre todas las cosas, sin volverse atrás.
Aunque metafóricamente nos referimos con esa frase a la muerte, también se usa literalmente cuando alguien en el lecho final se muestra con arrojo, con coraje y hasta con osadía.
A propósito de lo anterior le comparto las siguientes líneas tomadas del sitio web de la Academia Mexicana de la Lengua, a su vez atribuidas a Pérez Martínez, Herón. (consultado 20160731) Refranero Mexicano. Recuperable en: http://goo.gl/KgIw62
Morir en la raya es una expresión traída de las peleas de gallos que significa morir valientemente. Morir en la raya tiene, además, el sentido de morir el día que el destino le ha fijado a alguien. A ello se refiere el refrán; con el mismo sentido paremiológico se dice: “hay quien se salve del rayo, pero no hay quien se salve de la raya”. Tiene la forma de una exclamación expresiva.
En las breves, pero claras líneas de Herón Pérez no sólo se esclarece el sentido de la frase, también se presenta el contexto del cual emerge: las peleas de gallos.
Entre sangre animal –y muy frecuentemente también humana-, alcohol, dinero y machismo se acuña “morir en la raya”, esa raya de cal que demarca la pista central del palenque y parte el terreno de cada uno de las aves entrenadas para matar y para morir.
Cuando decimos que alguien muere en la raya evocamos ese drama de vísceras, plumas y… machismo. El machismo de los galleros.
Le comparto todo lo anterior para justificar la acertada intuición de vincular la reciente muerte de mi padre con lo que significa dejar la piel y la vida en el redondel.
Mi padre, Jesús Pérez Flores, fue un hombre cuya vida fue como la de muchos de su generación: nacido en un hogar disuelto, ausente del cariño materno que nos cobija en la infancia, casi nula preparación formal y alcoholismo. Su machismo fue la concha protectora que le hizo sobreponerse a las adversidades, muchas de ellas generadas por él mismo y por su cerrazón a mostrar su lado humano.
En ese caparazón en el que se enclaustran quienes temen amar y ser amados, es el único reducto día con día… ahí no hay momentos para perdonar ni para dialogar, ni mucho menos para sanar las heridas absorbidas una tras otra en la infancia.
Y así se le fue la vida hasta agotarla: refugiado en sus recuerdos, y en centrar el valor de su hombría en tener a su lado a una segunda esposa más joven que él, aturdirse así para no tener que enfrentar la dura realidad de tomar consciencia de la vida, del quién soy, para dónde voy y por qué estoy aquí.
Pero cuando los días finales llegaron y el tiempo lo puso contra la pared, se guareció en su última trinchera, su hombría limitadamente entendida, porque sólo le quedaba abrirse al amor que siempre le rodeó y reconocer el tiempo perdido.
Aún un día antes de morir se le vio luchando en la raya, con ese carácter fuerte que caracteriza a los oaxaqueños de antaño.
Me queda claro que Jesús “se murió en la raya”, pero después de ver su rostro sereno de cadáver recién parido, nos queda la esperanza de que al cruzar la línea entre la vida y la muerte sus armaduras oxidadas cayeron y se abrió a algo de lo cual se privó injustamente en vida.
¿Será necesario esperar hasta la muerte para darse cuenta de lo inútil que son las posturas mentales y emocionales que asumimos como nuestras, el machismo que suele defenderse hasta el último momento?
Jesús, mi padre, murió en la raya, pero ¿nosotros cómo cruzaremos el umbral de la muerte?