La Cueva del Diablo “Leyenda de Yuriria”

Es el relato sobre un hacendado que cuidó tanto su fortuna que terminó perdiendo su libertad y siendo rehén del diablo…

Yuriria, Guanajuato

Guanajuato cuenta con muchas leyendas alrededor del estado, una de ellas, es La Cueva del Diablo, que se encuentra en Yuriria; habla sobre un hombre rico que era tan avaricioso que con tal de no quedarse sin dinero, prácticamente le vendió su alma al diablo sin darse cuenta.

A continuación la leyenda La Cueva del Diablo, narrada por José Luis Chávez Orozco en el libro Andares, Leyendas de Guanajuato.

“Cuentan las personas mayores, que existió en el pueblo de Yuriria, un rico hacendado, que fue uno de los últimos españoles que vivió en estas tierras después de consumada la Independencia. Era un hombre de fuerte carácter, además de muy avaricioso, quien gracias a la herencia de su familia, y su propio trabajo, creó una gran fortuna; tenía muchas joyas, oro y muy valiosas pertenencias.

El protagonista de esta historia nunca se casó, ni tuvo hijos, pues pensaba que lo dejarían sin fortuna. Tampoco tuvo amigos, y mucho menos confiaba en sus trabajadores, po9r lo que toda su fortuna se encontraba bajo llave y candado en un habitación de su hogar  a la que sólo él podía entrar. Siempre pensó que todas las personas querían robarlo o matarlo para quedarse con sus pertenencias; incluso, un día, encontró a una de las empleadas de limpieza, asomándose por el cerrojo de la puerta para ver al interior de la habitación prohibida, y, sin pensarlo, tomó su bastón y de un solo golpe en la nuca dejó9 tendida en el suelo a la joven sirvienta. A pesar de estas actitudes, siempre se le veía ir a misa de las 6 de la mañana para dejar su respectiva limosna a los pies de la virgen, que consistía en una o dos monedas de oro.

Cansado de vivir siempre con el miedo de que lo despojaran de sus pertenencias, buscó un lugar para guardar todo en secreto. Recordó que cerca del cráter existía una pequeña cueva que desde entonces la gente nombraba como “la cueva del Diablo”, porque decían que ahí se aparecía el demonio. Montó una carreta con sus cosas y, al paso de dos mulas, emprendió camino rumbo al cráter. Llegando ahí, ya había oscurecido, comenzó a meter toda su fortuna al interior de la cueva, y cuando por fin terminó, se percató de que el sol comenzaba a salir. Fue precisamente ese el momento en que el demonio hizo su aparición y pidió explicación al hombre de lo que hacía, él dijo que quería guardar sus pertenencias para que nunca nadie las hurtara. El diablo prometió que no permitiría que nunca nadie tomara ni un poco de su fortuna y que quien lo intentara jamás podría salir con vida de aquel lugar; por lo anterior, el hacendado salió muy entusiasmado de aquel lugar y emprendió su camino de regreso al pueblo.

Un día, el hacendado notó que quedaba poco dinero en  su casa, por lo que decidió ir a la cueva para tomar un poco de su fortuna. Cuando logró entrar a la caverna, el diablo volvió, saludó al hombre y le dijo que era bienvenido. Un poco asustado, el hombre le explicó que sólo tomaría un poco de su dinero y se iría, a lo que le diablo respondió que eso no sería posible, pues el trato que habían hecho consistía en que jamás nadie podría tomar ni un poco de su fortuna y salir de ahí con vida. El hombre intentó correr a la salida de la cueva para escapar, pero el orifico de la salida se había hecho tan estrecho que ya no podía pasar. Al regresar la mirada, notó que toda su fortuna comenzaba  derretirse, sintió como la temperatura subió y se percató de que del suelo comenzaban a salir llamas de fuego acompañada del sonido de fuertes lamentos. El diablo, sonriente, le dijo que ese sería su nuevo hogar, por su vida de avaricia lo había condenado a vivir la eternidad en el infierno.

Cuentan las personas que los gritos del hombre aún se escuchan justo antes del amanecer; hora en que pretendía salir de la cueva y jamás pudo. También se cuenta que esa fortuna sigue estando dentro de la cueva, esperando a que un alma buena logre entrar y salir con vida, pues algunos otros piensan que, aunque cualquiera puede entrar con facilidad, al intentar abandonar el lugar, el orificio se hará más y más estrecho, como le pasó al hombre avaricioso”.

 

 

 

 

 

 

 

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