Columnas

La chica de La Cueva

Era una chica extremadamente bonita. Tenía los ojos color azul cielo y su rubia cabellera resplandecía con gran intensidad. Su mirada era muy penetrante y no me quitaba los ojos de encima

 

Se me había hecho un poco tarde por estar cargando las lamparitas led. Mis camaradas me advirtieron que no se me fueran a olvidar, porque en lo oscuro de la noche seguramente nos harían falta en el campamento.

Según la lista que me pasaron, aparte de las lámparas, me tocó llevar los desechables, un pomito, cigarros y bombones.

Cargué mi celular al cien por ciento y por si se ponía aburrido el asunto, llevaba un libro.

Esa fascinación por la lectura de terror, específicamente historias sobre brujas me absorbía el tiempo, estuviera donde estuviera. Además, me serviría para sacarles uno o dos sustos a mis amigos mientras acampamos en el tradicional Día de la Cueva.

Coloqué en una mochila todas mis cosas, junto con una cobija térmica, aunque seguramente no la necesitaría. En la mano me llevé el libro en el que se alcanzaba a leer en su solapa: “No abra este libro por mera curiosidad”.

Ya estaba por oscurecer y en el urbano tenía que atravesar toda la ciudad de sur a norte. Tranquilamente me senté en el camión, curiosamente no había tantos pasajeros.

Me puse a leer un poco para matar el tiempo, en lo que llegaba hasta el punto de reunión en el que acordamos.

Cuando más ensimismado estaba en la lectura, sentí una poderosa mirada sobre mi.

Era una chica extremadamente bonita. Tenía los ojos color azul cielo y su rubia cabellera resplandecía con gran intensidad. Su mirada era muy penetrante y no me quitaba los ojos de encima.

—¿Qué tal la historia?, —me preguntó mientras señalaba el libro.

—¡¡¡Uffff, excelente!!!, no puedo creer cómo hay gente a la que se le ocurran estás cosas, —comenté emocionado de que me hubiera dirigido la palabra.

—¿Sabes quién es su autora?, —me preguntó.

—¡Claro!, es mi favorita: Samantha Caballero.

—¿Y has visto sus fotos?, o sea… ¿si la ubicas?.

Cuando me preguntó esto entré en shock. Aquella chica tenía un gran parecido con la autora a la que llamaba Sammy en mis sueños más húmedos. Me le quede viendo fijamente… de hecho estaba tan clavado en su mirada que ni siquiera alcancé a distinguir que junto a ella iban otras dos mujeres que la acompañaban.

—¡Me da gusto que te agraden mis historias!, me dijo.

Yo me quede tan atontado que no sabía qué contestar. La baba se me salía literalmente por la boca ante esta increíble y bella sorpresa.

—¿Vas a la Cueva?, me preguntó. ¿No te gustaría pasar primero con nosotras a casa y tomarnos un café?, me cuestionó de forma traviesa mientras miraba a las otras dos mujeres.

Una era joven, no tanto como ella, tal vez de unos treinta y tantos. Era muy bonita también. La otra si era más grande, supongo que era su mamá. En sus brazos mecía con mucho amor a un pequeño bebé… tal vez hijo de alguna de esas dos chicas.

—¡Me encantaría!… en serio, ¡me encantaría!… pero prometí llevar algunas cosas para el campamento, —y no mentía, aunque en realidad me sentía un poco incómodo ante tan atrevida propuesta.

Seguramente sería de locos conocer a la autora de novelas de terror, y tenerla increíblemente a un metro de mí, en la ciudad mágica de Guanajuato…¡¡en un urbano!!… ¡¡era de locos!!.

Bueno… igual en otra ocasión, me dijo mientras se ponían de pie, y se bajaron las tres mujeres enigmáticas a la altura de la Casa de las Leyendas.

—¡¡Amigo!!, ¡¡amigo!!, me jaloneó un señor que iba en el asiento de atrás.

—Sí, dígame, —contesté aún hipnotizado por lo que acababa de suceder.

—Disculpe que le pregunte, —me dijo.. ¿no le dio miedo?.

—¿Miedo?, ¿cómo por qué o qué?, pregunté intrigado.

—Es que lo vi muy clavado platicando con esas tres mujeres… con las tres ancianitas. Daban mucho miedo, sobre todo con la mayor… para todos lados carga con un pequeño puerco, como si fuera un bebé. Dicen que son las bolas de fuego que aparecen hoy por la noche en la Cueva. Hoy es su noche.

Si un minuto antes estaba en shock, ahora estaba literalmente helado. No intentaba ni siquiera debatir con aquel sujeto que se veía en verdad asustado.

Toda la noche me la pasé como tipo zombi, pensativo, sin dejar de ver la fogata, solo en ciertos momentos que me armaba de valor y veía hacia el cielo.

Tres bolas de fuego atravesaban de lado a lado aquel cielo negro, desapareciendo justo en la Cueva… en aquella cueva que seguramente pertenecía a aquella bella chica, a la bruja de la cueva.

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