Opinión.- Quienes hemos pasado el duelo por la muerte de nuestra madre sabemos que es un dolor indescriptible, que los primeros instantes son de incredulidad y el paso del tiempo es acompañado de una cascada de recuerdos que poco a poco van tomando su justa dimensión con la llegada de la resignación, la aceptación y luego la comprensión.
Dicen que el dolor por la muerte de nuestros padres es sólo superado por el fallecimiento de un vástago.
Desde la antigüedad se decía: “bendito el individuo que es enterrado por sus hijos”, porque la juventud es vida, y casi todos los padres esperan como parte de su felicidad que sus hijos alcancen todos sus propósitos, que cumplan todos sus planes y llegado el tiempo cursen por el inexorable parteaguas de la muerte.
Pero la vida no es lineal y mucho menos cuadrada. Si bien no podemos -por el momento- evadir que los seres humanos tengamos unos padres biológicos, la vida nos coloca en situaciones de convivencia que son más complejas que una relación bidireccional como lo es la relación padre e hijo biológicos.
Los lazos que establecemos en la convivencia provocan que haya padres adoptivos, familias monoparentales, homoparentales y a veces padres sustitutos.
Por la longevidad que se alcanza, a propósito de los progresos en la medicina, hay situaciones en las cuales los padres de edad avanzada terminan siendo por condiciones fisiológicas como hijos de sus propios hijos.
Usted recordará un artículo pasado titulado: “Las enseñanzas de Antonia y Camelia”. Ahí compartí la relación de la escritora española Antonia Estarlich y Camelia, su madre de 98 años enferma de Alzheimer.
¿Recuerda? Entonces platicamos del proceso de transformación paulatino de Camelia, quien de ser una mujer independiente y fuerte, poco a poco, entre las lagunas de la memoria y por su estado creciente de discapacidad motora, la nonagenaria dama asumía que Antonia, su hija, era su madre.
Tal vez usted o yo nos vimos reflejados alguna vez en las anécdotas de Antonia y Camelia, ellas constituyen un ejemplo de vida por el cual es factible reflexionar que llegados los plazos inexorables de la vida, muy probablemente –y en el mejor de los casos- terminaremos haciendo el papel de hijos de nuestros hijos, aunque siempre en el fondo nos unirán los lazos del rol de padres que en la alborada desempeñamos con ellos.
Las enseñanzas de Antonia y Camelia nos han dado mucho para reflexionar, pero no se agotan, fluyen y nos comparten que cada pasaje de la vida encierra misterios que hay que vivirlos para abrevar de ellos placer y sabiduría.
La reciente muerte de Camelia, nuestra queridísima cuasi centenaria amiga, nos llena de tristeza, pero también nos enriquece por su ejemplo: Camelia murió el pasado domingo y con ello nos deja el legado de saber que sí es posible sentir en carne propia la pérdida de una hija-madre o madre-hija a la vez. ¿Verdad, Antonia?
Con su partida Camelia también nos enseñó que morir con dignidad le da un lustre desconocido a los últimos años de existencia, y que la muerte es una etapa necesaria para entender el valor de la vida.
Con sus últimos suspiros Camelia también nos enseñó que las fronteras políticas son sólo acuerdos artificiales de los hombres; porque ella murió en México, muy alejada de su querida España, pero en los laberintos de su mente y por los gratos momentos que vivió en suelo azteca, creía que estaba en las tierras que le vieron nacer y que la hicieron tan feliz. ¡Que dicha desprenderse en ese sentido de los engaños de la mente!
Un abrazo querida Antonia. Camelia: Descansa en paz.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com / @abelpr5 / facebook.com/PerezRojasAbel) es poeta, comunicador y doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com
“Cuando muere quien ama
es sólo para evolucionar”
Abel Pérez Rojas.