Por: Juan José López Luna.
Irapuato, Guanajuato.- Ya desde que se inventó la escritura en el mundo, ha habido personas que se dedicaban a escribir los sucesos de su pueblo, ya fuera en particular o para los gobiernos, resultando ser un oficio muy solicitado e importante para las comunicaciones de antaño, cuando prácticamente las sociedades se contactaban con señales de humo…
A medida que pasaba el tiempo y que los genios fueron inventando cosas para la superación de la humanidad, todavía hasta los años 1980 las personas se comunicaban mediante cartas que por vía terrestre o aérea se mandaban y tardaban semanas y hasta meses para legar a sus destinos.
En el Irapuato antiguo, también había los famosos escribientes y se apostaban afuera o lo más cerca de las oficinas de correos, eran normalmente hombres ya entrados en años, que en su juventud estudiaron algo más que la mayoría de entonces, pero había algunos que lo hacían por ayudar a los que no pudieron estudiar en alguna escuela, así desde temprana hora se apostaban en un banquito de madera, una mesita donde cupiera la máquina de escribir y otro banquito o silla para el cliente…hasta ahí llegaban hombres y mujeres para solicitarles sus servicios y poder comunicarse ellos con sus familiares, básicamente.
“Guenos días siñor, me puede hacer una carta pa’mi esposo que anda en zacatecas?
Eran los necesitados del escribiente, gente muy humilde y analfabeta, que aprovechando su venida al pueblo o salida al centro mandaban la carta al familiar lejano.
“Claro que sí señora, siéntese y dígame cómo se llama el hombre y la dirección a donde vamos a mandar el escrito y qué le quiere decir?.
“Gilemón, espero que cuando recibas esta carta Dios te tenga con guena salud, te quiero decir que tu papa y tu mama están bien, acá en el rancho hay retearto trabajo, ya mejor te habias de regresar. Antenoche la marrana se alivió y trajo 13 puerquitos que cuando ya estén gordos los vamos a vender. Con los centavos que me mandates lotro día les compré huaraches a los chiquillos y unos sombreros porque hace mucho sol, haber si pa’lotra semana Giorgina hace la primera comunión, sin fiesta, nomás vamos a matar unos guajolotes pa’comer en la familia y los padrinos. A tu compadre Fidencio se lo llevaron a la cárcel porque andando borracho se puso a aventar balazos y tuvo qué pedir prestado pa’la multa. Los hijos po’s te estrañan y cada rato preguntan que cuándo vas a venir y ya no jallo qué decirles. Hay cuando puedas contestarme, porque a lo mejor tienes muncho trabajo. Yo stoy bien y aguardándote, nomás eso quería que supieras y acá te esperamos, encomiéndate al Santo Niño de Atocha, que dicen que es remilagroso”.
Cartas como esta y cientos más los escribientes tenían qué corregir en sus Remington, todo un arte.
Tal oficio de escribiente legó a pasarse de una generación a otra antes de que la modernidad y los avances tecnológicos inundaran el mundo, pues todavía en los años 80 lo común era comunicarse vía cartas, aunque ya el uso del teléfono era algo cotidiano, pero no toda la gente tenía acceso a ese servicio pues era muy caro, así que era mejor y más barato ir con un escribiente y mandarle una carta al novia, novia, hermano, padre, hijo o amigo.
Pero con la llegada del internet, prácticamente desaparecieron el propio servicio de correos, telégrafos, y hasta telefónico, pues hoy en día el mundo atiborra las redes sociales para dar a conocer algo o comunicarse, siendo los teléfonos celulares una televisión o computadora portátil prácticamente. Quedando en el recuerdo y la historia aquellos escribientes que por más de cien años y 5, 10,20 o 50 centavos que cobraban, se enteraban de miles de cosas, que sentía y decía la gente analfabeta.