Cuando contaba con veintiún años, Jacques Derrida fue expulsado el primer día de clases del Liceo de Ben Akhoun. Una norma determinaba que el alumnado judío debía ser menor al siete por ciento. Esta es una de las historias que deja cicatriz en el filósofo judío franco magrebí (como gustaba llamarse).
Un 15 de Julio de 1930 nace en El-Biar Jacques Derrida. Hoy día es común escuchar la palabra deconstrucción, una de las herencias que nos deja el filósofo franco parlante; no obstante la deconstrucción, antes que ser un cliché, es una invitación a desempolvar los libros olvidados en los estantes para leerlos de nuevo, leerlos de otra manera.
La escritura, como lo desarrollará con el paso de los años el filósofo argelino, no es una mera forma lineal de un texto, sino arrebata más de lo que dice o quiere terminar de decir. La escritura va más allá del autor que plasma. Más allá aún de cualquier conciencia que trate de autorizar o desautorizar; de la voluntad que pretende suturar el acontecimiento que se derrama entre el papel y la tinta.
“No leo sin una sonrisa (…)” nos dirá Derrida. Sin embargo es importante señalar que la lectura posibilite siempre nuevas sendas por las cuales transitar. Signos que pasean juguetones entre las ramas de la lengua y llegan a lugares insospechados ¿Acaso James Joyce no hace detonar, desde su “propia” lengua, la linealidad escritural? La deconstrucción, sin tratar de definirla o agotarla, antes que destruir, plantea situar de otra manera los conceptos cuya finalidad es erigirse como verdades absolutas, presentes, visibles, inamovibles e irrefutables.
Las herencias (en plural, sin un destinatario particular ni un apoderado legal) que nos deja Derrida van todavía más allá de lo que comenta en la entrevista que le realiza Jean Birnbaum: “Lo que me interesa es dejar huellas en la historia de la lengua francesa. Vivo de esta pasión, si no por Francia, sí al menos por algo que la lengua francesa ha incorporado desde hace años”.
A pesar de que algunos hayan considerado que Derrida no hacía más que una retórica incesante a manera de “juegos de palabras”, el filósofo argelino responde: “No son juegos de palabras. Los juegos de palabras no me han interesado nunca. Más bien son fuegos de palabras: consumir los signos hasta las cenizas, pero sobre todo, y con mayor violencia, a través de un brío dislocado, dislocar la unidad verbal, integridad de la voz, quebrar o romper la superficie (…)”.
Jacques Derrida al situar en otro lugar (y no sólo dar una vuelta de tuerca metafísica) los aspectos marginales de la filosofía, como lo hace con la escritura, incendia los cuerpos no sin dejar de plantear la pregunta ¿Cómo aprender por fin a vivir?