Titanium -cuento-

Por MakaBrown

—¿Encontró todo lo que buscaba?, —me preguntó aquella chica que en el gafete se leía Karla Álvarez

—Sí, gracias. En realidad le mentí, andaba de buenas y no me iba a poner a discutir por una bolsa de hielos. Con tarjeta por favor y mi ticket de estacionamiento.

—Le entrego su boleto para participar, —me dijo, mientras me deseaba suerte. Aquí mismo está la tómbola solo tiene que llenar sus datos.

Aquella promoción del centro comercial me parecía más que magnífica, solo de pensar que pudiera ser el ganador de aquel increíble premio.

Descender a las profundidades del mar y conocer los restos del mítico Titanic hacían que mi imaginación volara.

Pasaron dos meses de aquella compra frustrada de hielos, pero con mis sueños en el interior de una urna, cuando sonó mi celular de un número desconocido.

—¡Hola, buenos días!, me comunica por favor con Antonio Díaz.

—Si, él habla a la orden.

—Joven, te tengo una magnífica noticia, eres el ganador del Viaje “Conociendo al Titanic”

Al principio pensé que se trataba de la broma de una amiga. Sin embargo algo me decía que era neta.

—¿Es en serio?, pregunté con sorpresa.

—¡Claro!, el número ganador es el 12-04-21-14

Saqué rápidamente de mi cartera aquel boletito que protegía como mi mayor tesoro.

Ahí estaban…1-2-0-4-2-1-1-4

Cuando colgué, brinqué de alegría… no podía creerlo, nunca en la vida me había ganado nada y ahora tenía un premio con un valor superior a los cinco millones de pesos.

Bien valía la pena comprar una cámara, aunque solo grabará en 4k. La neta no tenía dinero por lo que pasé la tarjeta por enésima vez. Sería muy estúpido de mi parte no tener una camarita para tomar toda la evidencia del famoso barco.

Cuando por fin se llegó el día de la cita, iba muy nervioso, me llevaron junto con un grupo de cuatro personas en helicóptero hasta en medio del océano. Ahí estaba el barco nodriza.  Mis acompañantes eran personas muy peculiares. Eran dos señores ya grandes, una señora de unos cincuenta y tantos y una bella chica.

—Armida, me dijo al tiempo que me extendía su mano. Era simplemente bella y sensual. Sus rasgos eran muy finos y parecía como si fuera una actriz. Seguramente no tendría los veintidós años y por su apariencia se notaba que si algo le sobraba, además de su belleza era sin lugar a dudas el dinero.

—Toño…. Toño Díaz, le respondí con la mejor de mis sonrisas.

De hecho, el único jodidón era yo, haberme ganado ese premio fue una cuestión de suerte, mientras que los demás si pagaron aquella lanototota para un cumplir un capricho en su vida.

Si las condiciones climatológicas nos lo permitían estaríamos descendiendo dentro de veinticuatro horas.

Salí a tomar un poco de aire con toda la intención de encontrarme con Armida. No tuve que caminar mucho, la brisa del mar sobre su rostro la hacían parecer una verdadera musa celestial.

—¡¡Tooño!! Me dijo con una gran sonrisa. ¿Qué estás tomando? me preguntó.

—En realidad… nada… me he sentido un poco mareado aparte de que no quisiera andar crudo en el viaje.

—¡Anda!, tómate una, me decía al tiempo que le hacia una seña al mesero.

¡En mi vida había probado una copa de champagne!. Me sabía a gloria… era como estar en un sueño. En medio de aquel inmenso mar, con una chica guapísima y … todo… todo era como un dulce sueño del que no quisiera despertar.

—Es curioso, mientras que al Titanic, le pusieron así por su poderío, por su inmensidad, al Titán le pusieron por ser el material del que está hecho. Nada más poderoso que el Titanium.

Y más curioso, le contesté… cuando era muy pequeño, un día llegó mi papá con un par de cachorros dóberman. Eran más que hermosos. Sus lomos totalmente negros, con sus pechos dorados, sus orejas totalmente en vertical y con el corte en sus colas…. “Titán y Sansón”. Así los llamamos, eran de una camada, hijos perros campeones. Mentí con tanta seguridad que hasta yo me la creía cuando le contaba que la casita de mis mascotas era mucho más grande que la misma nave Titán.

Quise seguir mintiendo un poco… pero Armida no me dio tiempo de seguir hablando. Un beso con sabor a champagne inundaron mis labios.

—Nos vemos al ratito… me decía mientras caminaba para atrás sin dejar de observarme.

Intenté dormir. ¡No pude!, ¡la neta no pude!. Aquella chica me parecía como muy despreocupada de la vida. No es que yo fuera un galanazo… más bien… era lo único que había.

Al día siguiente, aquellos señores se veían tranquilos, se veía que disfrutaban el subir y bajar de las olas. La señora que nos acompañaría se les acercó y de lejos veía que platicaban plácidamente.

De pronto, apareció en escena Armida. Llevaba una falda larga en color café. Una blusita blanca que permitía mostrar sus lindos brazos con un pequeño tatuaje de un ancla.

—¿Listos?, preguntó uno de los representantes de aquella compañía de turismo acuático. Ya habíamos firmado como cuarenta hojas, donde en resumen les quitábamos toda responsabilidad en caso de que nos llegara a pasar algo.

Pensé en Karla Álvarez, aquella cajera que me preguntaba si había encontrado todo lo que buscaba. En realidad no buscaba la máxima aventura de mi vida… solo buscaba una bolsa de hielos, y ahora ahí estaba… a unos pasos de Titán aquella cápsula sumergible en donde tendría una compañera de ensueño. Aquella chica de la que no me podía quitar de los labios el sabor de sus besos.

Cuando entramos, primero subieron aquellos señores, detrás la señora, y mientras le daba el paso a la chica, haciéndole una seña de que subiera, me tomó seductoramente del brazo como si lleváramos años en una relación.

Mentiría si les dijera que no me emocioné. Nos sentamos juntos mientras veíamos como sellaban aquel pequeño acceso. Pude sentir cómo me sujetaba con mayor fuerza.

Al estar ya sobre las aguas, se balanceaba un poco hacia los lados. Poco a poco comenzó el descenso. Hasta entonces me di cuenta que los dos señores eran quienes dirigirían la misión. Un control que me recordó mi primera consola de videojuegos hicieron que me diera risa, mientras Armida me daba un codazo en las costillas a manera de complicidad.

—Trescientos metros…. Trescientos veinte… trescientos cuarenta, —decía uno de ellos en comunicación con el barco.

Pónganse cómodos… la próximas dos horas no hay mucho que ver, nos dijo el otro.

Armida se recostó en mi hombro, mostrándome su tableta. Eran imágenes de la película del Titanic.

—¡¡Mira!! A poco no fue impresionante solo de imaginar todo lo que ocurrió. Tanta gente perdió la vida, y sin embargo los últimos momentos de aquellos chicos fueron de total amor.

—¡¡Yo también sé dibujar!!, le dije con emoción, refiriéndome a la imagen de Jack cuando hacía unos trazos del cuerpo de Rose.

—¿¿En serio??…rápidamente abrió la aplicación de lienzo para dibujar digitalmente con una infinita gama de lápices de dibujo virtuales.

Puse mi dedo sobre aquella pantalla y dibujé un diamante en forma de corazón, sobre unas pequeñas olitas de mar con una flecha atravesada. “Army”, escribí….

Se lo mostré y soltó la carcajada tan fuerte que se escuchó por los siete mares. Apenas y nos conocíamos y pareciera que llevábamos una vida juntos.

—¿Toño… sabes cuál es la ironía de esta tableta?.

—Mmmmm.. no, dime.

—Es la de la última generación. La precisión de rastreo es de apenas cincuenta centímetros con el geolocalizador. Lo irónico, es que a cuatro mil metros de las profundidades marinas, no sirve de nada. En esa distancia, ni siquiera alcanza a pasar el Sol. De hecho… a los mil metros… todo es oscuridad.

Precisamente cuando decía esas palabras, nos asomamos por la pequeña ventana y no se veía absolutamente nada. Y cuando les digo nada… ¡es nada!. Ni un pecesito, ni una ballena… nada..

El descenso aunque era rápido, no se sentía. Como si se tratara de un presentimiento catastrófico, Armida me tomó con mucha fuerza de la mano.

—Gracias por existir… me dijo.

No sentimos nada. Todo fue en una millonésima fracción de segundo. Fue tan rápido, que nuestros cerebros ni siquiera alcanzaron a recibir las señales de dolor. Las paredes de titanio con una leve aleación con acero, la teníamos prácticamente tatuada en nuestra piel. Aquella ancla del brazo derecho, estaba fundida con aquellos metales. Mis pulmones se hicieron como cuando truenas una bolsa de plástico para hacer una broma. No era ninguna broma. Nuestros corazones eran como unas fresas molidas por el zapatazo de un gigante. La sangre se convirtió en nada…. Y esa nada se mezcló con aquel mar infinito, en donde la sal tenía una gotita de champagne.

—¿Y si hacemos la escena de la peli?, me dijo Armida.

Estábamos en lo que fuera la proa. Subió la primera línea de barrotes y abrió sus brazos hacia los lados, con la confianza de que yo estaría detrás de ella sujetándola por la cintura. Detrás de nosotros, más de mil quinientas almas nos observaban… mientras, los músicos no paraban de tocar.

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