Ni solo, ni mal acompañado

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Cuídate de las malas compañías,
pero no abandones trabajar con otros”
Abel Pérez Rojas

De manera parcial se nos ha enseñado –y lo hemos asimilado como aseveración que no acepta matices- que: “más vale solo que mal acompañado”. Esto nos puede mantener al margen de experiencias en beneficio de nuestro desarrollo.

La afirmación encierra una verdad a medias: es bueno mantenerse alejado de las malas compañías, pero eso no implica que todo cuanto emprendamos y hagamos deba ser de forma solitaria.

Sobre todo esa sentencia viene a nuestra mente cuando hacemos algo colectivamente y surgen diferencias que derivan en problemas.

Nosotros mismos nos decimos una y otra vez: –¡por qué no atendí los consejos que me dijeron hasta el cansancio que mejor lo hiciera solo o que no hiciera eso que ahora ha provocado dolores de cabeza!

Pero algo muy interior nos convence de que no podemos quedarnos ni inactivos ni aislados.

Motivos hay muchos de por qué buscamos hacer proyectos con los demás, pero hay uno que predomina sobre el resto: la naturaleza social humana.

Esa naturaleza que en la medida en que la exploramos nos hace experimentar lo que implica ser humano y que propicia las condiciones para que, empezando por el lenguaje y siguiendo por la convivencia, consigamos extender nuestras redes neuronales a campos y profundidades que de otra manera no se hubieran alcanzado.

De forma simple podemos deducir que en sus inicios pensar sólo y nada más en uno puede anclarnos en posturas egoístas, pero abrirnos al “nosotros” puede darnos pie a experimentar el aprendizaje solidario, la fraternidad, la bondad y la empatía.

De ninguna manera debe confundirse lo que le vengo compartiendo con negar el valor de la soledad y de las exploraciones individuales, sobre todo cuando en otras ocasiones le he convidado que nadie puede aprender por otro y que el valor del aprendizaje significativo y trascendente sale a brote cuando cada quien da cuenta de lo que hace en las profundidades de su consciencia.

No. El detalle está en no negar el valor de lo que hacemos acompañados pese a que las cosas no salgan bien, o a la maldad y perversidad del otro o de los otros; porque cuando estemos tristes o decepcionados de que algo no va bien, debemos recordar todos aquellos logros y experiencias positivas que se consiguieron gracias a que tuvimos a alguien más junto a nosotros.

Yo matizaría la frase inicial provocadora de este artículo: Sí, “a veces solo es mejor que mal acompañado, pero aún las malas compañías nos dan la oportunidad de aprender y hacer lo que de otra manera no se hubiera dado, porque el valor del nosotros es complementario a los créditos del yo”.

Así que gran parte de nuestra formación debemos encauzarla en lograr los aprendizajes necesarios para aprender a convivir con el otro, a identificar los daños y perjuicios que los demás puedan ocasionarnos, y a descubrir las estrategias que nos hagan sacar lo mejor de cada quien y de nosotros mismos.

Cuídese de las malas compañías, pero no abandone la voluntad de desarrollar y contribuir en acciones colectivas.

¿Se atreve?

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