
Irapuato, Guanajuato.- La historia de Jesús Padilla y Patricia Escamilla no sólo se mide en años, sino en resistencia, decisiones valientes y afectos que se han fortalecido con el paso del tiempo. El matrimonio celebró 40 años de matrimonio, una vida construida paso a paso, lejos del lugar donde todo comenzó.
Corría el año de 1985 cuando la pareja contrajo nupcias en la Ciudad de México, apenas tres meses después del devastador terremoto que marcó a la capital del país. En medio de la incertidumbre, la reconstrucción y el miedo que aún se respiraba en las calles, Jesús y Patricia apostaron por el amor como punto de partida para una nueva vida.
Poco tiempo después, y persuadidos por compadres cercanos, tomaron una decisión que cambiaría su destino: dejar la capital y mudarse al Bajío, a la capital mundial de las fresas. Ya como esposos, eligieron Irapuato para echar raíces. Fue ahí donde, con esfuerzo y espíritu emprendedor, instalaron una peluquería en la avenida Ejército Nacional, negocio que se convirtió no sólo en sustento económico, sino en un punto de encuentro con la comunidad.
En esos años nacieron sus dos hijos, Jaime y Jazmín, quienes crecieron entre tijeras, pláticas de clientes y el ejemplo diario del trabajo honesto. Sin embargo, como en toda historia real, no todo fue sencillo. Llegaron las dificultades económicas y la peluquería atravesó un bache que puso a prueba la estabilidad del matrimonio.
En busca de nuevas oportunidades, Jesús fue invitado a trabajar como inspector de fiscalización, un giro que permitió a la familia mantenerse a flote. Más adelante, lograron obtener un crédito para un pie de casa en la colonia Constitución de Apatzingán, otro paso importante en la consolidación de su patrimonio.
La vida volvió a apretar cuando Jaime y Jazmín ingresaron a la universidad, una etapa que agudizó los problemas económicos del hogar. Aun así, Jesús y Patricia nunca soltaron la mano del otro. Con diálogo, paciencia y compromiso, mantuvieron viva la esencia que los unió desde aquel 1985.
Hoy, cuatro décadas después, la historia tiene un rostro distinto. La pareja disfruta de dos hijos profesionistas, dos nietos que llenan de alegría su hogar y un sólido grupo de amigos que, con los años, se convirtió en su familia irapuatense.
El festejo por sus 40 años de matrimonio no es sólo una celebración personal, sino el testimonio de que el amor, cuando se cultiva con constancia y respeto, puede sobrevivir a terremotos, crisis económicas y al paso del tiempo.