Por: MakaBrown
No era un día normal de clases, era el primer día de clases del ciclo escolar. Mariana les preparó el desayuno a Cristopher y a Jhonatan. Ellos mismos se habían puesto su uniforme y tenían listas sus mochilas. Su maestra de cuarto de primaria las esperaba en la escuela, junto con sus demás compañeros.
La escuela estaba a tan sólo diez minutos caminando, sólo estaba el “pequeño” detalle que tenían que atravesar la carretera libre Guanajuato-Silao.
A pesar de su nuevo embarazo, Mariana acompañaba a sus hijos para estar más tranquila.
Cristo y Jhon eran muy aplicados, buenos estudiantes, y nobles niños. Les encantaba cantar, incluso compusieron una canción que decía: “La escuela, la escuela; ¡la escuela para los niños!; los niños, los niños, ¡los niños para los dieces!, los dieces ¡los dieces para nosotros!; nosotros, ¡nosotros para triunfaaaar!”.
Mariana cerró con llave la puerta de su casa, tomó el celular y cogió a sus niños de las manos. Los chicos cantaban contentos, pues era el regreso a clases, estaban emocionados porque todos sus útiles eran nuevos, así como su mochila.
Cuando ya estaban cerca de la escuela, una llamada inesperada de la chamba de Mariana. Su jefe le dijo que se presentará de inmediato, pues algo grave había ocurrido.
En otras ocasiones los niños se habían ido solos a la escuela, por lo que Mariana no dudó en dejarlos ir, no sin antes darles un beso y su bendición.
-¡Adiós mami!, gritaron al unísono los gemelos.
Apenas dio unos pasos adelante y un chillido de llantas se escuchó por todo Santa Teresa. El impacto fue en seco y certero. Un camión refresquero iba a toda prisa lanzando a los gemelos a un lado de la carretera.
Mariana tenía la cara desencajada, no podía creer lo que sus ojos veían. Parecía como si fuera una pesadilla, deseando despertar lo más pronto posible.
Pero no, no estaba soñando, ahí quedaron tendidos Cristopher y Jonathan, aún los dos tomados de la mano.
Mariana cayó en una fuerte depresión, ya que el medicamento que le recetaban los doctores era muy ligero para no afectar la salud de su embarazo, también de gemelos nuevamente.
Cuando Mariana dio a luz, hijos eran impresionántemente idénticos con sus hijos fallecidos. Incluso toda la gente quedaba sorprendida por el gran parecido, ya que con el paso de los años cada vez se la similitud era mayor.
Mariana comenzó a sobreprotegerlos, ya que no los dejaba ir solos a ninguna parte, le aterrorizaba la sola idea de que algo malo les pudiera pasar. Cada día Mariana era más protectora, no los dejaba solos ni a sol ni a sombra.
Cierto día se dirigían a la misma escuela en la que estaban sus hijos que murieron en el accidente.
Se soltaron de la mano de su mamá y ella los seguía muy de cerca.
Apenas pusieron un pie en la carretera y una fuerte mano sujetó a ambos niños.
Mariana lloraba desconsoladamente y con las lágrimas sobre sus mejillas les decía a sus hijos que por nada del mundo atravesaran la carretera sin su permiso.
Los niños voltearon a verla, uno de ellos le dijo: “no pensábamos hacerlo mamá…” y el otro le aclaraba: “ya nos atropellaron una vez, te prometemos que no volverá a ocurrir”.
Desde ese día, vecinos de Santa Teresa dicen que se alcanza a escuchar el cántico de los niños gemelos.