“No sigo los pasos de nadie.
Trabajo en hallar los propios”.
Abel Pérez Rojas.
En los últimos años han proliferado abundantes recetas para desarrollar el liderazgo personal, que incida socialmente en la dirección que nos hemos propuesto.
El verdadero liderazgo es algo que puede emerger a la par de nuestro autodescubrimiento y reencuentro consigo, en resumen: ser uno mismo.
Esto no se logra, porque estamos cegados por la carrera frenética de acumular hasta lo innecesario y por la ansiedad de tratar de ser siempre el número uno, copiando la receta que sirvió a otro. Así, creemos que liderazgo es la superioridad de alguien o algo, sobre otros u otro, en cualquier área de la actividad humana.
Los influjos de esta sociedad nos empujan a tratar de ser el primero en todo. Por eso creemos que liderazgo es sinónimo de superioridad, de tal manera que, todos los días y a cada momento, estamos comparándonos con quien sea.
Si observamos detenidamente, veremos que para romper con esa serie de supuestos falsos sobre liderazgo hallamos varios puntos finos que desnudan el espejismo de la zanahoria -que nos mueve en círculos interminables-: ni me comparo, ni compro la idea de ser comparado para determinar quién es superior a mí o, de acuerdo con el criterio de un tercero, sobre quién o quienes yo soy “mejor”.
Liberarse del juego anterior nos permite salirnos de las trampas de nuestras creencias y las emociones que se despiertan bajo la complicidad de nuestro egoísmo, a las que les permitimos la entrada sin recapacitar.
Frecuentemente aceptamos ser líderes o trabajar en pos de ello, cuando lo hacemos sin reflexionar en el fondo encubrimos que vamos en ese sentido para satisfacer nuestro ego y la necesidad de reconocimiento.
Por otra parte, quien acepta el liderazgo de alguien más en las condiciones descritas, también, en el fondo, concede porque es más cómodo echarse en los brazos de otro con tal de evitar el trabajo y esfuerzo que implica resolver por sí mismo lo que la vida nos pone enfrente.
Provocar que las cosas se hagan realidad, que esa realidad responda a un sentido ético, que esa orientación de nuestro entorno coadyuve en crecer libre y soberanamente, innegablemente da ejemplo. Sólo bajo estas condiciones, al pasar el tiempo, conseguimos que otros hagan lo propio: que construyan la libertad y soberanía de sí mismos, que sean líderes en su vida.
Así, somos más conscientes con nuestro origen, con el presente y con el futuro.
De lograr lo anterior estaremos trabajando en nuestra propia liberación y toma de conciencia. De ser así se puede ver cuán inútil y tonto es demostrar nuestra fuerza para evidenciar nuestra superioridad ante los demás.
Por el contrario, colocarnos en situaciones de comparación para que sea evidente nuestra superioridad lo único que consigue es propiciar las condiciones para que nuestra toma de conciencia se postergue y sea más dolorosa.
Continuar con los patrones erróneos nos priva de la oportunidad de encontrarnos con lo mejor de la vida y de nosotros mismos ¿no le parece?