Irapuato, Guanajuato.
“La Guadalupana, la guadalupana bajo al Tepeyac”, así se escuchaba en el interior del templo del puente de Guadalupe; a cada paso una mirada, una sonrisa, un llanto, incertidumbre, zapatos rotos, nuevos, personas tatuadas, otros muy arreglados, pero todos unidos por una sola causa: la virgen de Guadalupe.
Miles de personas venían caminando por la llamada Calzada de Guadalupe, peregrinos locales que con ánimo en sus pies y en su mente; danzantes, bailarines y otros solamente caminantes; constructores, carniceros, albañiles, empresarios de todos los estratos y niveles sociales; ahí dentro de la capilla no hay distinciones, sólo armonía.
Las reformas energéticas, hacendarias y otras leyes, significan nada para un pueblo que confía en la llamada “madre de los mexicanos”, pues ni los políticos que visiblemente pretenden darse lavados de pueblo, repercuten en la ideología y creencia de la población en su mayoría católica.
Porras a lo lejos, es decir, a la entrada del templo es asegundada por los de adelante sin reclamos de por qué se adelanto o por qué sólo empezó él, la virgen lo es todo en ese momento; no hay enojos, no hay sentimientos de reproche contra el prójimo, sólo solicitudes de ayuda a un “ser” que aunque no se encuentra en cuerpo, su vida es recordada y venerada año con año.