Columnas

La violencia hacia la mujer: un miedo paralizador, Lic. Psic. Andrea Julieta Herrera Saldaña

Y de repente un día no pude salir de casa, me escondí en lo profundo de mi habitación, cerré puertas y ventanas, me sentí sucia, lastimada e incapaz de salir a la calle…el culpable: el miedo de ser acosada nuevamente.

La violencia hacia mujer en la actualidad ha ido en aumento de forma impresionante, donde salir a la calle es motivo para ser acosada, violentada o señalada, pues el sentirte y verte bonita es cuestión de ser tocada, o considerada puta, por la sencilla razón de elegir la ropa que quieres usar y como lucirla, donde caminar por una calle es motivo de una persecución o violación y señalando que la mujer lo provoco.

La violencia en la actualidad turba no solo la integridad física sino también la salud mental, pues afecta el pensar, sentir y actuar de cada niña, cada mujer, se ha insertado un chip, donde ser vista como débil, sumisa y callada es símbolo de veneración, donde el dolor se reprime y callar es la única opción.

Ser mujer es considerado símbolo de violencia que ha sido creado por un sistema desinformado, carente de una educación en equidad y poco sensible, donde desde niña se ha educado con la creencia de servir, callar y actuar conforme a lo indique un hombre, amo y señor así estigmatizado y elevado por la misma sociedad.

Una sociedad que argumenta que una mujer no es completa sino es madre, sino se casa a determinada edad o si esta no cumple con las normas y estándares impuestos por una sociedad, señalando que ella es quien provoca al agresor, lo seduce e incita a que lleve a cabo esas conductas.

Cualquier lugar a donde dirijamos la mirada existe la violencia, la poca sensibilidad como sociedad, cuando vemos una mujer atacada, la falta de comprensión y entendimiento a cerca del respeto, el creer que si te lastima es porque te quiere, que si te cela es porque le importas o se preocupa por ti, las creencias erróneas que desde pequeños vamos enseñando; pues si un niño te molesta es porque seguramente le gustas, desde ese momento vamos normalizando un mal comportamiento llamado violencia como amor.

Ser vista como la que debe servir, limpiar y educar a los hijos, sin recriminar, agachar la cabeza, caminar detrás de su pareja como símbolo de respeto, permitir que su cuerpo sea usado a diestra y siniestra por su pareja que al final para eso es lo único que sirve sin poder pronunciar palabra alguna, pues al final es la cruz que te toco cargar.

Caminar segura se ha vuelto imposible, miradas lascivas, timbres de bocina, chiflidos y hasta chupar los dientes en señal de acoso es cada vez mas probable que pase en cada calle, estado, país, municipio y comunidad, donde millones de mujeres desaparecen sin dejar rastro y aun así consideramos innecesarias las marchas en búsqueda de una justicia y un clamor desesperado por la muerte de una mujer.

Nos mostramos insensibles ante el dolor ajeno, pues mientras no es en mi casa y con mi gente; aquí no ha pasado nada, señalamos puntualmente y con el dedo a cuanta mujer alza la voz y denuncia conductas inapropiadas, creemos que hacen una tormenta en un vaso de agua, pues argumentamos que no es para tanto lo que a ella le paso, pero no cuestionamos la posibilidad de que pueda ser mi madre, mi esposa, mi hija o alguna mujer importante en mi vida quién resulte lastimada ante alguna conducta de acoso, violación o en su defecto desaparición.

Se vive con miedo al abordar un taxi, un metro, un camión o cualquier transporte público sin saber si existirá un retorno o de que manera se regresará a casa, el temor se esparce por el cuerpo, los escalofríos calan en lo hondo de cada ser, al transitar de noche por las calles, sintiendo la vulnerabilidad de ser mujer.

El “deber” cumplir con los estándares sociales de lo que como mujer tiene que cumplir, ser vista como objeto sexual en calendarios, programas televisivos, carnada para bares y antros con el letrero alusivo “mujeres no pagan” para que la concurrencia sean varones en caza de mujeres donde una publicidad engañosa arrastra el por mayor.

Vivir con miedo, sentir enojo, frustración y dolor de ser tocada, perseguida, ultrajada se ha normalizado en el día a día, callar para no hacer las cosas más grandes, evitar evidenciar al abusador, fingir que no ha pasado nada donde ha pasado todo, donde las amenazas son: “Sí hablas te va a ir peor”.

Así se va por la vida siendo mujer, caminando con miedo, rompiendo estereotipos, creyendo en sí misma, levantándose y comenzando desde cero, sufriendo en silencio y gritando hacia adentro, siendo señalada y considerada bruta al acudir a un taller mecánico, objeto de burla por desconocer de autos y por ende agresiones constantes cuando maneja.

Mostrarse firme ante la toma de decisiones de un método anticonceptivo, rígida ante el señalamiento de que, si no es madre, no es mujer, constantemente presionada por la edad para casarse o de lo contrario acusada como “solterona”, considerada como sensible y chillona para altos puestos, sufriendo así los estragos de una sociedad en decadencia.

Hoy es un grito desesperado en la búsqueda de una tranquilidad, una exigencia de libertad, de respeto, de poder caminar sin sentirse acosada, señalada, ultrajada, de no tener que cuidarte de la persona que va a un lado, del chofer, del conductor, del padre, del hermano, del amigo y de cuanto lobo disfrazado de cordero viene detrás:

“No quiero sentirme valiente cuando salga a la calle, quiero sentirme libre”.

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