“Imponer héroes nacionales
es una forma de control
en las futuras generaciones“.
Abel Pérez Rojas
Noche y día hemos visto la saturación de la barra de programación de Televisa y TVAzteca, de estaciones de radio, de revistas y algunos periódicos, de los pormenores de la vida del Divo de Juárez, así como de sus canciones.
El tratamiento mediático a la muerte y funeral de Juan Gabriel nos ha permitido observar cómo se siembra en la idiosincrasia de los mexicanos el más reciente distractor nacional, pero también la creación de un nuevo “prócer”, disfrazado de “estrella” que, a la par de otros más, cubran el hueco que han dejado el culto a los héroes nacionales.
Está sumamente documentado cómo en México, en la primera mitad del siglo XX, para restar poder a la hegemonía clerical y pacificar nuestro país, los nacientes gobiernos civiles establecieron en México el culto a los héroes nacionales, a la luz de ello debe entenderse los niveles de cuasi santidad que alcanzaron figuras como Benito Juárez, Lázaro Cárdenas, Emiliano Zapata, sólo por mencionar algunos.
Lo que estamos viviendo en los años recientes es el intento por renovar otro culto paralelo al “oficial”, cuya piedra angular son “figuras de la cultura popular”, es así como debe entenderse la nueva ola de endiosamiento de personajes como: Chespirito, Joan Sebastian y Juan Gabriel, quienes vienen a sustituir a los desgastados y vetustos: Pedro Infante, Jorge Negrete, María Félix, entre otros.
Curioso, esta nueva generación de dicho culto está construida a partir de una generación de personajes creados al amparo de la televisión hegemónica que se niega a morir y que, por cierto, es pilar del sistema que usufructuó el otro culto, el de los héroes patrios.
En ese tenor el aporte y brillantez de Juan Gabriel, que debería circunscribirse ni más ni menos sólo a los ámbitos de sus méritos personales y del entretenimiento, se magnifica. Lo están “divinizando”.
No me mal interprete, la vida de Juan Gabriel nos merece respeto en todos los sentidos, su obra queda al gusto de la audiencia y el análisis musical de la misma de quienes conocen al respecto.
Lo que indigna a algunos –entre ellos yo- es que desde el pasado 28 de agosto, hemos visto el incubamiento de un culto a un hombre, que por muchos discos que haya vendido, nada aporta a la solución de nuestros problemas como país, ni a la expansión de nuestro pensamiento, aunque su biografía motive a algunos.
Por más que usted quiera no ha habido forma de que nos mantengamos al margen de las clases “evangelizadoras” transmitidas por televisión: de “cómo un niño pobre puede llegar a ser una estrella”, de “cómo alguien puede levantarse ante la discriminación”, de “cómo una persona puede ser sencilla no obstante su riqueza económica” y así hasta el cansancio.
Para qué crear ídolos, ya que si queremos progresar de lo que se trata es de lo contrario, de luchar: “…contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los FANATISMOS y los prejuicios”, al menos así lo señala el tan olvidado artículo tercero constitucional.
Los verdaderos próceres –en cualquier latitud- han desafiado al sistema, han expuesto su vida, han significado un rompimiento para el estado de cosas imperante, en otras palabras son una fractura a la opresión y encarnan el progreso de las libertades individuales y colectivas.
Seamos serios, Juan Gabriel dista muchísimo de ello, ensalzarlo como prócer nacional –aunque no se exprese esto al pie de la letra por los interesados-, es crear un héroe nacional de pacotilla, cuyos derechos de usufructo serán explotados por los mismos que lo crearon y ahora lo mitifican.
Bonita forma de incidir en la educación de nuestro pueblo sin necesidad de reformas educativas ni de oposición.
¿Qué le parece?