
Por Daniela Solórzano.
Silao, Guanajuato.- Un 24 de abril de 1927, a pocos días de Semana Santa, tres hombres habían sido fusilados. El Santuario de los mártires de San Joaquín es hogar de las reliquias del padre José Trinidad Rangel Montaño, el padre Andrés Sola Molist y el cristiano Leonardo Pérez Larios, los primeros dos fueron asesinados a cargo de militares por ejercer el sacerdocio en clandestinidad, el último, por su vestimenta y su especial devoción, fue confundido con otro sacerdote y también recibió el castigo.
En el apartado ‘Una misma sangre, un mismo ideal’ del libro Los mártires mexicanos: el martirologio católico de nuestros días, el autor Joaquín Cardoso describió el martirio como el “mayor acto hacia Dios, que puede ofrecer una criatura a su Creador”. ¿Quién estaría dispuesto a entregar su vida en nombre de la fe? Sólo aquel que esté preparado para derramar sangre por una noble causa.

De no haber sido por “traidores de la patria”, como nombró Cardoso a los conspiradores de la religión y verdugos de los cristeros, la oportunidad de demostrar su valor. Así se relató el momento de la muerte de los hombres: “cayeron por tierra sonrientes y con la plegaria en los labios, por la salvación de México, los tres mártires”.
El templo, construido en el cerro del Cubilete, es considerado una parada obligada cuando se visita Cristo Rey. El estilo arquitectónico se basa en estructuras geométricas, al igual que muchas iglesias mexicanas, tiene una estructura octagonal. La cúpula y los ventanales recuerdan al neoclásico, representado por la sobriedad y la simplicidad. Adentro, lo más llamativo son sus vitrales coloridos con pasajes bíblicos y detalles en el interior de la cúpula asemejando flores y vegetación.
