El ‘Fígaro’ de Irapuato, entre tijeras y memoria

Jesús Padilla peluquero de abolengo de cuatro generaciones

Irapuato, Guanajuato.- En una pequeña peluquería de Irapuato, el tiempo parece haberse detenido. Entre estantes con máquinas metálicas que ya no se fabrican y navajas que guardan la pátina de los años, Don Jesús Padilla habla con la pasión de quien sabe que su oficio no es solo un trabajo: es una herencia.

“Yo tomé la alternativa en 1972”, dice con voz serena. Y enseguida aclara que lo suyo no fue una decisión individual, sino una tradición familiar que viene de lejos. Su padre fue peluquero. También su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo. Generaciones enteras que vivieron entre tijeras, brochas y peines.

Pero el detalle que ilumina la historia no está en la continuidad del oficio, sino en un episodio que cruza con la historia nacional: uno de sus ancestros fue el peluquero personal del general Álvaro Obregón, presidente de México en la década de 1920.

“El peluquero más antiguo que tenemos registrado en la familia fue el peluquero de Álvaro Obregón”, cuenta Don Jesús con orgullo, mientras acaricia una vieja máquina manual de acero alemán. “Esta herramienta es de antes de la misma Revolución. Imagínese: con esto cortaban el pelo a los soldados y al propio Obregón”.

La máquina, pesada y robusta, funciona sin electricidad. El peluquero la manipula para mostrar cómo los dientes de metal se cierran con cada movimiento de la mano. “Había que tener mucho fuego en la muñeca”, comenta, evocando la destreza necesaria para un corte perfecto.

En sus cajones guarda más reliquias: una navaja francesa que, con un descuido, podía abrir la piel hasta una pulgada de profundidad; un sentador de cuero con el que se afilaba el filo antes de cada rasurada; y una estufa de peluquería que, como una especie de vaporera, servía para calentar toallas que se colocaban sobre la barba del cliente para ablandarla antes del afeitado.

Cada objeto es un pedazo de historia. Don Jesús los muestra como quien abre un cofre de tesoros familiares, consciente de que esos instrumentos son también testigos de un México que ya no existe.

“Nosotros hemos sido dos cosas en la vida: peluqueros y activos. Siempre al servicio de las fuerzas armadas”, explica. Sus palabras trazan un puente entre el oficio y la disciplina militar que marcó a varias generaciones de su familia.

El tiempo, sin embargo, trajo cambios inevitables. En los años ochenta, con la llegada del VIH y la hepatitis, la profesión tuvo que adaptarse: las navajas libres quedaron en el pasado y surgieron las desechables, una medida de higiene que transformó las barberías para siempre.

Don Jesús sonríe al reconocer que, aunque su familia fue experta en rasuradas, él nunca tuvo mano para eso. “La rasurada fue mi materia perdida”, confiesa entre risas.

Pero más allá de esa confesión, lo que queda claro es que su historia no se mide en cortes de cabello, sino en la manera en que ha sabido preservar la memoria de un oficio artesanal ligado a la vida de un presidente y a la historia de México.

“Esto es un tesoro”, concluye, señalando sus antiguas herramientas. Y lo es: cada peine, cada navaja y cada máquina de acero son también fragmentos de la memoria nacional, resguardados en una peluquería de barrio donde la historia se sigue peinando con paciencia y orgullo.

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Periódico Notus
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