El artesano de San Juan de la Puerta que mantiene viva la tradición de las piñatas

Don Luis "moldea alegría" elaborando piñatas en su taller, un oficio que se ha conservado por generaciones en la famosa comunidad de Manuel Doblado

Manuel Doblado, Guanajuato.- En San Juan de la Puerta, una comunidad del municipio de Manuel Doblado, el sonido de las fiestas comienza mucho antes de diciembre. Nace en un pequeño taller donde Don Luis, artesano de manos firmes y paciencia infinita, da forma a una de las tradiciones más queridas de México: la piñata.

Su rutina no entiende de prisas modernas. Entre engrudo, moldes y papel de china, él construye a diario la alegría de otras familias. A lo largo de cada temporada, de septiembre a diciembre, produce entre mil y mil quinientas piñatas, todas hechas a mano, una por una. “Diario serán unas cincuenta más o menos, dice con humildad, como si crear cincuenta figuras de cartón y papel fuera tan sencillo como soplar una vela.

Hacer una piñata no es cosa de un rato. Don Luis lo explicó como quien conoce cada latido del oficio:
“Son varios procesos… como de tres a cuatro días. Una parte, luego otra, luego la decoración”.
Pero lo más difícil no es cortar cartón ni armar estructuras, sino colocar el papel de china. “Va papel por papel, eso es lo más laborioso”, confesó. Ahí, en ese trabajo minucioso, se va la mayor parte del tiempo y del corazón.

Las formas pueden variar, toros, vacas, burros, venados, pero cada figura lleva la marca de su creatividad. Él no presume haber inventado nada, pero sí renovarlo todo: “Ya todo viene de antes; uno lo va haciendo diferente. De eso se trata”.

En estas fechas, las piñatas más buscadas son las de venado, borrega, burro y la clásica estrella.
“Santa Claus casi no… aquí en México no tanto”, comentó riendo. Su taller respira tradición y también identidad: la Navidad, pero a la mexicana.

San Juan de la Puerta no siempre fue tierra de piñatas. El oficio lo trajeron algunas familias que viajaban cada temporada a la Ciudad de México para trabajar en talleres artesanales. Con el tiempo, muchas decidieron quedarse en su tierra y montar su propio negocio.

“Se plantaron aquí… mejor la mandamos para acá”, recordó don Luis. Fue así como los Remigio y otras familias iniciaron una tradición que pronto atrapó a los niños del pueblo. Él era uno de ellos.
“Me arrimé de niño a mirar y ya de ahí crecimos.”

Don Luis aprendió de a poco. Su primer trabajo fue hacer mandados mientras acompañaba a un tío a un taller. Luego fue mirando, preguntando, imitando.
“Después me comencé a enseñar… y me gustó.”

Y es ahí donde está la clave de su vida laboral: el gusto.
“Para hacer este trabajo bonito, que le guste a uno, no nomás por hacerlo.”
Cuando observa una piñata terminada, siente algo que no pueden dar los moldes ni las tijeras:
“Miro lo que hago y digo… qué bonito.”
Eso, dijo, es tener corazón por el trabajo.

En un mundo donde todo parece querer hacerse rápido, don Luis sigue recordando que la paciencia, el detalle y el cariño también son oficios. Cada piñata que sale de su taller es única, y lleva un pedazo de su vida.

Mientras en los hogares las rompen entre risas, en su pequeño taller él comienza otra, sabiendo que su mano es la que sostiene una tradición que ha hecho grande a San Juan de la Puerta y que sigue llenando de color los diciembres de Manuel Doblado.

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