“Yo soy el aire, la tierra, el agua y el fuego.
Yo soy yo, y aquí estoy convocando al todo”.
Abel Pérez Rojas.
Desde nuestros primeros pasos en el estudio de la filosofía e historia antigua aprendimos que las tres grandes preguntas que son madre del pensamiento: ¿De dónde vengo? ¿Qué estoy haciendo aquí? y ¿Para dónde voy?
Estas tres preguntas encierran un enigma que no tiene respuesta final para nuestro pensamiento, porque siempre va a surgir una nueva pregunta a cualquier respuesta que aparezca, de tal manera que ese es precisamente el motor de la actividad intelectual: ir a la búsqueda de respuestas, luego construir amplias estructuras intelectuales para después de un tiempo hallar los puntos débiles para tratar de levantar una o varias estructuras nuevas.
¿Y si la respuesta ya estuviera dada?
Hasta cierto punto no tiene sentido realizarse y contestar las tres grandes preguntas que he venido citando, si en lugar de preguntarnos ¿Quién soy? Podemos asumirnos como lo que somos: Natura, Universo o Dios.
Al menos muchos de los pueblos originarios de América y las doctrinas orientales así encararon la realidad íntima y esotérica.
Eckhart Tolle, escritor alemán radicado en Canadá, considerado como el autor espiritual más popular de los Estados Unidos en las últimas décadas, tiene una frase que dice así:
“Tú no estás en el Universo, tú eres el universo.
Una parte intrínseca del mismo.
En última instancia, no eres una persona, sino un punto de encuentro donde el universo se está volviendo consciente de sí mismo.
¡Qué milagro más increíble!”.
¿No es cierto que cada palabra concatena y sintetiza una postura que es diametralmente opuesta a la que estamos acostumbrados a asumir aquí en el llamado “mundo civilizado” de occidente?
Por supuesto que el asumirnos de tal o cual manera, tratando de dar respuesta a las tres grandes preguntas, y embrutecidos por nuestra mente que todo lo fragmenta, vamos por la vida tratando de acumular conocimientos y fortunas porque suponemos que todo lo podemos entre más sepamos y más dinero tengamos, con el fin de “ser alguien”, “venir de menos a más” y “llegar a un mejor destino”.
Pero esto es una fatua ilusión que tarde o temprano termina por estallarnos en la cara y desnuda nuestra pobreza y nuestra supina estulticia.
Actuar así, hace que las fuerzas latentes de nuestro ser sigan dormidas por continuar enfrascados en los vericuetos intelectuales del ¿Quién soy?
Si logramos transitar del ¿Quién soy? A la afirmación: Yo soy Universo, Yo soy vida, etcétera, entonces habremos dado un salto cualitativo sumamente significativo en nuestra autoliberación y en el hermanamiento con todo y con todos. Vale la pena intentarlo.