Columnas

Del diario de un psicólogo…

Ser psicólogo implica la carga de ser estigmatizado por muchos con la creencia de: saber controlar tus emociones…

Por Psicóloga Andrea Julieta Herrera Saldaña.

A manera de catarsis, de terapia y quizás solo por el simple gusto de volver a escribir y encontrar descanso en unas cuantas líneas, quizás efímeras y sin sentido para muchos, pero con eco para otros tantos y porque no con indiferencia para el resto…

Ser psicólogo implica la carga de ser estigmatizado por muchos con la creencia de: saber controlar tus emociones, evitar perder el control en momentos de rabia, enojo y tristeza, debo agregar sentirte solo a pesar de estar rodeado de gente, en fin mis días son revoluciones sin fin, contrastes de momentos y dosis elevadas de ansiedad, estrés, incomprensión y admito que en muchas ocasiones no se lidiar con ello, no tener un fármaco que adormezca el dolor cómo  el tramadol de un día a día, un alprazolam que aminore la ansiedad, o un Rivotril y hasta un clonazepam que sirva de un “échale  ganas” o en su defecto “tú eres psicólogo, tú sabes que hacer” sin dejar de lado sanar en compañía de tus iguales con dosis de terapia continúas vaciando la pesada maleta de ser el escucha y apoyo de otros.

En este ir y devenir por la vida donde los momentos son una montaña rusa de emociones con un temblor constante en el cuerpo y una opresión inmensa en el pecho acompañado de taquicardias que como buen profesional de la salud le achacamos al día intenso que tuvimos y con “bastante” trabajo que debo decirlo jamás es reconocido por nadie más o incluso muchas ocasiones es minimizado por nuestros sistemas donde adivinen ¿que?, jamás es suficiente y siempre es carente y sin sentido, que visto desde cualquier ámbito y perspectiva, en este banal mundo de almas rotas todos flotamos como globos en un espacio lleno de alfileres donde a la menor provocación estallamos al sonido de un ¡PUM! quedando en un recuerdo vacío. ¡Ah! y que decir del temor que siempre impone el psicólogo cuando se piensa que adivinamos o leemos la mente, que con solo una mirada sabemos lo que están pensando los demás y que podemos predecir el futuro; incluso somos visualizados magos cómo Harry Potter que con un “oculus reparó” podemos componer cualquier cosa que esté rota así sea incluso la salud mental, sanar un amor con un elixir de “amortentia” y lanzar un “espectro patronus” para acabar con el mounstruo de la depresión en un mundo donde consideramos que la terapia hace magia, que con la herramienta de una varita de saúco nos convierte en amos de la psicología.

En fin…entre tantas líneas y letras en donde dejamos el sentir de un psicólogo para pasar al “debes actuar” reprimimos en muchas ocasiones el ser humano que está primero que cualquier otro actor que usemos en los distintos papeles que desempeñamos por el simple y carajo hecho de ser señalados.

Bueno les puedo asegurar que nuestra profesión es abrumante, intrépida, extrema, inquietante y un tanto patológica, eso si, no siempre es lo mismo a veces es peor y otras mucho mejor pero les dire una cosa: es gratificante el poder ver a otros sanar a través de lo qué haces, acompañarlos en su proceso y lograr que esas orugas logren su proceso convertidos en mariposas, aunque cuando pregunten por las citas y su costo se les haga demasiado caro por invertir en su salud mental ¡ah! pero no en unas uñas o pestañas e incluso alcohol y drogas  que sean el maquillaje de un dolor interno y que se haga con el pasar del tiempo cada vez más intenso.

Pero a todo esto les comparto: al terminar un pesado dia de trabajo y al acercarse la negra y fría noche, mi cabeza es una revolución de ideas, lecturas inconclusas, autores de teorías y técnicas de terapia que aplicar al día siguiente; donde al cerrar los ojos me sumerjo en mi diván de análisis  personal,  mis sueños reparadores en ocasiones y otros inquietantes y sin sentido en la mayoría de las veces, donde abro la página de un libro  en la búsqueda de respuestas a través de un Freud bastante enardecido, de repente suena la alarma de un nuevo día que me recuerda que sigo y debo ponerme de pie pero, sobre todo con muchos motivos para seguir vivo.

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