Por: MakaBrown
Cuando era muy pequeño, cerca de los cinco o seis años de edad, vivía en la ciudad de Monterrey, y aunque mis padres son de Silao, allá nací y ahí viví toda mi infancia. En las temporadas de vacaciones mis primas y mis tías iban a saludarnos, principalmente en el verano. En una casa que nos tocó vivir, estaba por avenida Universidad. Aunque no era muy grande que digamos, era oscura y tenebrosa.
En las tardes jugaba con mis hermanos y mis primas, pero la que nos coordinaba en los juegos era la señorita Claudia. Era como nuestra nana, nos decía en qué orden debíamos formarnos o jugar. No entendíamos cómo era posible que quisiera tanto a los niños si ella no era mamá.
Cierta noche de ese verano, mi mamá fue al cuarto de Adriana, mi hermana menor. Tenía apenas unos meses de nacida y se encontraba en su cuna, junto a la ventana que daba a la avenida.
-¡¿Quién eres?! ¿Quién chingadamadres eres?, gritaba mi mamá con miedo y enojo.
Creo fue la primera vez que vi a mi mamá tan molesta y sobre todo diciendo maldiciones, pues ella nunca las decía.
Todos corrimos hacia el cuarto de la bebé, y apenas alcanzamos a ver como se iba desvaneciendo por la ventana un vestido blanco. Era Claudia.
-¿Mamá que te pasó?, le pregunté.
-¿Vieron eso niños, vieron eso?, nos preguntaba mientras tomaba a Adriana en sus brazos.
-Si ma´, era Claudia.
-¿Claudia?. ¿Quién es Claudia?
-Claudia la niñera mamá. ¿Cuál niñera?, nosotros no tenemos ninguna niñera.
-A ver, vengan para acá, nos decía mientras señalaba las escaleras que daban a la salita en el primer piso. Ahí nos sentamos Tere, Fernando, Mary, y yo. Justo en medio de las escaleras. Primos y hermanos estábamos un poco sorprendidos. Mi mamá estaba en la parte de abajo viéndonos fijamente.
-Explíquenme, qué les ha hecho Claudia.
-“Claudia es muy buena con nosotros, siempre nos dice a qué jugar, y que debemos portarnos bien”, dijo Tere.
-“Lo chistoso es que nunca se cambia de ropa, siempre trae ese vestido blanco”, dijo Fernando mi hermano.
-¡Mamá, hazte a un lado!, le dije.
-¿Qué dices?.
-¿Qué te hagas a un lado, porque no dejas pasar a Claudia que está detrás de ti?
Mi mamá se puso blan-ca, blan-ca, blan-ca. Cuando giró la cabeza, Claudia había desaparecido, como si se hubiera evaporado en una pequeña nube de vapor.
Ese mismo día nos cambiamos de casa. Nunca más supimos de Claudia, ni nada por el estilo. Nos venimos a vivir a Irapuato.
Luego de muchos años, cuando ya estaba en la universidad, me acordé de aquella historia, y en una ida que tuve a Monterrey, fui a San Nico, mi curiosidad aumentó y me dirigí a aquella casa de avenida Universidad.
Aún seguía de pie, pero estaba deshabitada, incluso pareciera que nunca más nadie vivió después de nosotros, pues la pintura que se caía en pedazos era la misma de quince años atrás.
Lo que si seguía era una humilde tiendita de madera pintada en color verde, en donde vendían refrescos y papitas. La señora era la misma de aquel entonces. Pensé que no me recordaría.
-¡Mi hijo, pero cómo has crecido, ya eres todo un hombre!, me decía acariciando mi cabello.
Luego de platicar un rato, le solté la pregunta cómo iba. Claudia… ¿quién chingados era Claudia?.
-“Pensé que algún día te contaría la historia tu mamá. Claudia era una chica que vivió antes que ustedes en esta casa. Su novio la abandonó y la dejó cuando estaba esperando a su niño. Cierto día, el bebé, se ahogó con su propio vómito, y murió asfixiado. Claudia se maldecía por haberse quedado dormida y no escuchar el llanto del niño. No soportó su desgracia, y justo ahí en el balcón que da a la avenida universidad se colgó de un lazo, quedando como el péndulo de la muerte”.
-“Desde esa noche, siempre se ha aparecido”, me decía señalando a aquella ventana del segundo piso desde donde nos veía con gran tristeza Claudia, la fantasma de avenida Universidad.