Opinión.- Vivir, es hacer mágico cada momento, es saborear la fantasía y vivirla dentro de la realidad. Volar hasta donde nuestra imaginación nos lleve y encontrar un mundo espectacular, bondadoso, pero a la vez lleno de aventuras. ¿Quién no desea hacer eso independientemente de nuestra edad? Los niños hacen eso, los escritores también y aquí es donde se da la combinación perfecta y nace la obra teatral PETER PAN, de James Matthew Barrie
Pero el precio de la osadía y apostar a la ilusión, convertirlo en un proyecto real cuesta: dinero, tiempo y enfrentarse a la realidad de las consecuencias, eso vivía J.M. Barrie el día que presento su obra en Londres, el 27 de diciembre de 1904. Una producción con cinco decorados en el escenario y actores que caracterizarían piratas, indios, sirenas, un cocodrilo, una perra, hadas y niños que volaban en el escenario, algo muy difícil en esa época y por demás peligroso, por lo rudimentarios de los mecanismos improvisados. Pero además esa noche de estreno en el Teatro Duke de York, había mucha gente ansiosa por ver la obra, gente elegante y distinguida, entre ellos críticos profesionales. J.M. Barrie, aunque era uno de los dramaturgos más celebres de Londres, lo consumía los nervios, porque a pesar de que había escrito el guion con esmero, las tradiciones y costumbres en términos literarios de la época, eran rígidas, se hablaba sobre al autor y entre los comentarios argüían que era un excéntrico. Pero había algo al interior de la obra que hizo que los ahí congregados dejaran de estar expectantes y pasaran al instante de saborear y entender la magnífica obra. Había llegado el gran momento, para saber si la obra tendría futuro o sucumbiría esa misma noche.
Cuando estaban atentos a una escena de la perspicaz, cautivadora y celosa hada Campanita, protectora de Peter Pan, ella bebe una medicina envenenada para salvar a su amigo Peter, ahora el actor que personifica a Peter dirá la frase que revivirá a Campanita y pregunta al público, “¿Creen ustedes en las hadas?, si es así, ¡aplaudan! Tal vez ante la ingeniosa petición de pronto no se escucho nada, sólo el silenció, pero a los pocos segundos se entendió el mensaje, la satisfacción de la obra que los tenía asombrados y los aplausos irrumpieron el teatro llenándolo de estruendoso entusiasmo. Hubo gente que se puso en pie, eso es un privilegio porque se aclama con esa actitud la obra.
La obra de Peter Pan ha sido elogiada por su excelencia literaria y criticada, por diferentes especialistas en Literatura, Psiquiatría y Psicología, acerca de Peter Pan, el joven que se niega a crecer, o su pretensión en el personaje de Wendy quien sería la madre joven de todos los niños en la isla de Nunca Jamás. Al paso del tiempo, los hechos hablan por si solos y la obra ha sido representada infinidad de veces, en diferentes ciudades y países del orbe. Basta conocer la vida de J. M. Barrie para conocer lo que capto y nos quiso ofrecer en su obra convertida en novela en 1911.
James Matthew Barrie nació el 9 de mayo de 1860 en la localidad escocesa de Kirriemuir. Fue un excelente escritor, dejando su originalidad y creatividad plasmada en sus obras: novelas románticas, de misterio, piezas periodísticas y obras teatrales. Su legado más importante: En 1929 especificó que los derechos de autor de la obra debían dedicarse al principal hospital infantil de la nación, el Great Ormond Street Hospital en Londres, donde se han salvado la vida de muchos niños.. J. M. Barrie murió en Londres a causa de una neumonía el 19 de junio de 1937. Tenía 77 años.
J.M. Barrie, vive a través de su obra, en donde dejo gravado lo importante que era para él, “ser como niños”, porque ahí radica la verdadera felicidad, en la inocencia y en ese actuar alegre y vivaracho, que a veces perdemos por vivir repletos de preocupaciones, en un mundo hostil, sin fe y esperanza. Recobremos la pureza y paz interior a pesar de ser adultos.
Y… ¿Quién no ha disfrutado de las deliciosas aventuras de Peter Pan?