Guanajuato, Gto.- Fogatas y luces por la noche, casas de campaña, bebidas y comida, fiesta y devoción; así vivió la Quana Shuano del siglo XXI una festividad que existió antes que la conquista y que los jesuitas transformaron en veneración a San Ignacio de Loyola.
Mañana de sol con tarde de lluvia, familias y algunos turistas estuvieron en lo que es una feria popular, con comida, puestos y carpas, con espectáculos de música y bebida.
En la víspera, más de 300 jinetes realizaron la tradicional Cabalgata de San Ignacio de Loyola. Subieron a la cima de La Bufa, fieles a la tradición que el 31 de julio de 1973 iniciara José “El Rebelde” Jasso (q.e.p.d.), un cabalgador del Cerro del Cuarto.
Eso fue el día 30, pues el 31 no se permitió el ascenso a caballo para evitar incidentes entre quienes suben a pie.
Luces y juegos pirotécnicos en la noche previa
Como es tradición desde hace más de una década, el Cerro de la Bufa fue iluminado con luces, en contraste de antaño, que lo iluminaban las fogatas de quienes acostumbraban pasar la noche en el lugar.
Ahora también hubo un espectáculo pirotécnico para celebrar los 408 años del Día de la Cueva, uno de los festejos más antiguos de Hispanoamérica.
Miles de personas, entre turistas, defensores del medioambiente, niños exploradores, senderistas y devotos de la doctrina de San Ignacio de Loyola, disfrutaron de este espectacular juego nocturno que puede divisarse desde puntos muy lejanos, como Valenciana o el cerro de La Venada.
Desde la noche previa al Día de la Cueva, cientos de guanajuatenses emprendieron la ruta de ascenso hacia la cresta rocosa más alta de La Bufa, el monumento natural más admirado de esta capital de origen colonial, donde la población adoptó como su patrono a San Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuita, desde 1616.
Y llegó el día
Este miércoles, Día de San Ignacio, los festejos continúan en las faldas del cerro de la Bufa y sus alrededores, con grupos musicales, miles de personas y un gran dispositivo de seguridad.
El cielo estuvo despejado, con un gran sol, sobre verde vegetación y un espectáculo pocas veces visto: los escurrimientos de agua.
Familias enteras subieron hasta la Cueva de San Ignacio, donde imágenes católicas fueron puestos por delante de manos y figuras humanas que fueron pintadas por chichimecas que ocuparon la región antes de la llegada de los españoles.
Aun con al evangelización, el lugar era frecuentado por habitantes del Real de Minas de Santa Fe, que nunca quiso olvidarse de su nombre original: Quana shuato, que habría de convertirse en Guanajuato.
La fiesta mestiza y criolla sigue, pero con el espíritu de los indomables guachichiles.