Por: MakaBrown
Por primera vez me animé a poner un altar. A pesar de ser una de las tradiciones más importantes del pueblo, nunca había hecho el mismo.
No quise dejar pasar ningún detalle, quería que quedara de poca madre. Para eso me chingué un tutorial en YouTube para conocer el significado de cada elemento.
Que si los siete niveles, que el caminito, que las semillas, que la luz… la comida y los retratos. Las flores naranjas del cempazuchitl y un poco de incienso hacían que el altar estuviera de poca madre.
En la compu ya tenía algunas fotografías de mis muertitos, amigos y familiares, por lo que las seleccioné, y las envié a imprimir en blanco y negro para darle seriedad al asunto.
Estaba la del buen amigo Febo, la de mi abuelita Elena, la del primo Beto, la de mi tío Rubén, mi tía Mary, la del amigo Isac, la de mi prima Chely, mi suegro Leonardo y la de mi compañero Daniel.
Como cada uno tenía gustos diferentes, en el altar había de todo. Tequila Torres X, cervezas, coca cola, cigarros (un chingo de cigarros… más vale que sobren y no que falten, pensé) con filtro y sin filtro, y una botella de agua mineral, por si alguno se freseaba.
Estaba solo en la casa, con un mar de nostalgia. Recordaba cada momento que había vivido con mis ahora muertitos. Para acompañar el momento, me tomé un par de cervezas a su salud y luego abrí un pomo de tequila reposado.
Sin sal y sin limón. Limpio. Rico. Raspante, hasta que se me salieron las lágrimas. Un caballito, dos, tres… no sé perdí la cuenta. De rato, el llanto simplemente era insostenible.
De pronto sentí como me tomaban por mi hombro derecho.
-¿Por qué lloras mi cabrón?.
Era el amigo Febo. Con su larga greña y su sonrisa que le caracterizaba.
-Le estás haciendo mucho a la mamada, me dijo mientras me llenaba otro caballito de tequila. El también se sirvió uno.
-¡¡Hasta al fondo, cabrón!!.
Intenté decirle algo, qué era lo que estaba pasando, pero antes de hacerlo me di cuenta que mi abuela estaba sentada a un lado de nosotros. Con su cabello plateado y sus manos arrugadas comenzó a contarnos un chiste que en vida le escuché mil veces… pero ahora lo contaba con un tono diferente. Me reí como loco saber que apenas lo había entendido.
El destapar una cerveza, seguramente con un encendedor, me hizo girar y nuevamente se destapó otra cerveza. Era Beto.
-¡No mames, apenas vamos empezando y ya te quieres rajar!, me decía Beto mientras me daba la cerveza destapada.
-“Préstame tu encendedor”, escuché a mi espalda. Su voz era más que reconocible y una fumadora empedernida como yo, era obvio que traía su propio encendedor, pero siempre me decía así cuando me veía que no estaba fumando. Era como “¡que agarres un cigarro, con una chingada!”. Sonríó como siempre, al momento que abría un poco una chamarra que traía puesta y me mostraba un paquete nuevo con diez cajetillas de cigarros.
-¿Y cuéntame, si quiera ya leíste el libro que te presté la última vez que nos vimos?.
-Como diez veces tía, como diez veces, asentí.
Mi prima Aracely y Daniel mi amigo solamente sonreían, no me decían nada, pero con su eterna mirada llena de paz parecía que me lo dijeran todo.
-Tengo una nueva idea para la siguiente revista me decía el buen Isac, mientras me mostraba unos recortes de periódico de sus últimas capacitaciones como quiropráctico. Creo que debemos escribir acerca del tema, me decía.
Definitivamente el alcohol me estaba pegando, no podía creer que tenía una nueva oportunidad de platicar y de estar con mis muertitos.
-¿Muertitos?, me preguntó Don Leonardo como si hubiese escuchado mis pensamientos.
-Qué acaso no te has dado cuenta de quiénes están vivos y quiénes están muertos?.
Febo estaba que se cagaba de risa. Y mi tío Rubén sonreía señalándome con su mano.
Cuando reaccioné todos guardaron silencio. Me rodearon en un círculo y se me quedaban viendo seriamente. No tenía miedo, pero si tuve una sensación extraña.
-“Hay que morir, para vivir. Tú y todos los demás forman este mundo de los muertos. Ustedes son los que realmente están sin vida. Y de la muerte a la vida solamente hay un paso, una delgada línea”, me dijo.
“Lo que ustedes conocen como “muertos”, en realidad somos los vivos. Y ustedes que se consideran vivos, no han aceptado que permanecen sin vida.
Las veladoras se apagaron, y uno a uno fueron desapareciendo. Las fotografías en blanco y negro de aquel altar sonreían, parecía que se compadecían de mi.
De algo estaba seguro.. en algún momento, debemos de coincidir nuevamente.
Mientras, ahora que estamos “muertos”… sigamos con este portal de luces, flores y comida, que nos mantiene en contacto directo con nuestros vivos… con nuestros muertos muy vivos.