La noche del 1 de Septiembre del año en curso quedará grabada en la memoria histórica de los que nos dedicamos a la docencia como un doble recuerdo, en el que, el olvido de las condiciones laborales dignas comenzó a fraguarse con la aprobación de la Ley del Servicio Docente por la cámara de diputados y como el inicio del recuerdo de un estado mexicano en el que existían delimitaciones de las facultades de los poderes que le conforman, recuerdo que a la postre se vaticina como añoranza.
El basamento del comentario anterior radica en el hecho de lo visto en el pleno de la sesión ordinaria de la cámara de diputados en la que se aprobó el Adéndum modificatorio de 43 artículos a la versión original de la Ley del Servicio Docente, puesto que la verdad sea dicha, no modificó el fondo, solo atendió de manera nimia las formas, dejando en claro que dicho Adéndum solo fue una ilusión de opción para el montaje político en el que los diputados interpretaron papeles diversos que fueron desde el redentor magisterial, el detractor clasista, el de la máscara de solidaridad para obtener raja política hasta llegar a aquellos cuya postura de sin pena ni gloria les permitió salir bien librados.
Mención aparte merece el circo de las mociones suspensivas, las reservas, la negativa sistemática a cualquier intento de modificación de lo ya aprobado, puesto que, dejaron ver un discurso vacío, una pérdida de significados, de significantes, una realidad fragmentada, una memoria histórica que hoy como nunca duele por lo que alzar la voz en protesta es una manera de no caer en el olvido.
Me gustaría que fueran más extensos los artículos.