Por: MakaBrown
En estos tiempos de pandemia la Directora me traía en dále y duro con los cursos en línea para las clases que daría por internet a mis alumnos de segundo de secundaria.
El viernes pasado hicimos un ejercicio entre todos los maestros por la plataforma Zoom. Checamos nuestras conexiones, audífonos micrófonos y algo leve de edición de video. Y algo muy importante: las recomendaciones que debíamos hacer a los alumnos, como por ejemplo que lo tomaran con seriedad y no estuvieran en clase desde su cama, o en pijama. Y sobre todo, lo principal: que mantuvieran apagado el micrófono para “no enterarnos de cosas que no debíamos”.
El día de ayer, luego de una semana de clases, los chicos rápidamente le agarraron la onda para las clases en línea. Unos desde sus celulares, otros desde las compus de sus padres.
Estábamos viendo la clase de tecnología con el grupo de primero K. Este grupo se ha caracterizado por ser muy desmadroso, pero muy unido.
Cuando pasé lista me llamó la atención que había una chica de más. Supuse que se había equivocado de grupo, o que alguien por error le había enviado la invitación. De hecho asistió a todas mis clases de manera puntual. Aparecía con el nombre de Shadow.
“Jóvenes, -les dije- por favor pongan su nombre en el usuario para identificarlos, plenamente. Si alguien faltó dígame para anotarlo en mi lista” les dije.
Pero aquella extraña chica no se inmutó. Siguió con su mismo sobrenombre. Y como las instrucciones eran poner orden desde la primer semana, tuve que preguntarle.
Haber, el usuario que tiene el nombre “Shadow”, puede encender su micrófono por favor.
-Señorita, si me escuchó. Los demás si me escuchan.
-Si profe. Si profesor. Si se escucha bien maestro. Contestaron algunos de sus compañeros.
Aquella niña se veía un poco triste. La iluminación era muy tenue, pero aún así se notaban sus ojos hundidos, llorosos.
Insistí. Señorita, estamos en clase de segundo K. Si no pertenece a este grupo le pido de favor abandone la sesión.
-¿Maestro, le puedo hacer una pregunta?, preguntó otra chica con el nombre de Renata Samaniego.
-Si Renata, dime.
Es algo personal. ¿Lo puedo hacer en público?.
A ver, de qué se trata.
¿Quién vive con usted?, me refiero, a quién ¿está en su casa ahorita?.
Mira Renata, no están para saberlo, pero me divorcie hace cuatro meses, cuando empezaba esto de la pandemia. Estoy sólo, aquí con mi gato. “El Blacky” lo tenía sentado en una silla que estaba al lado mío. Lo alcé y lo mostré a la cámara.
-¡Esta muy bonito profe!, exclamó aquella inquieta chica. ¿Pero no tiene miedo?.
¿Miedo?, ¿miedo a qué?, me da miedo que no entiendan la clase.
No profe, le pregunto en serio. Es que… desde hace rato, en el grupo de WhatsApp en el que está el grupo, estamos comentando que desde que inició su clase, toda la semana, se ven sombras detrás de usted.
Fue hasta ese momento que me sentí muy incómodo. Un frío airecillo empezó a correr por la habitación.
-Pues, no sé. Tal vez sea su imaginación. Aquí estoy sólo con Blacky, les repetía mientras acariciaba a mi mascota.
-¡Profe… profe!… no se vaya a asustar… detrás… detrás de usted….está la chica, ¡la Shadow!.
Primero miré la pantalla… ya no estaba la chica de nombre “Shadow”. Solo un recuadro en negro. En mis hombros sentí unas manos frías que me rozaban.
Sabía que era ella. Sabía que había vuelto. Ahora recordaba a aquella niña. La chica que se suicidó en la escuela cuando supo que había sido expulsada por mala conducta. No tenía ninguna duda… pero ahora ya era demasiado tarde.