Por Abel Pérez Rojas.
La vida nos enfrenta a situaciones y condiciones extremadamente cambiantes y repentinas, de tal manera que, frecuentemente la vida nos da un vuelco total en unos cuantos minutos.
Nuestra forma de vida puede venirse abajo o encumbrarse de manera insospechada en un abrir y cerrar de ojos.
Lamentablemente, los días aciagos del covid han cambiado funestamente la vida de millones de seres humanos alrededor del planeta.
Cada vez es más frecuente escuchar anécdotas que describen cómo es que en la mañana todo era normalidad, pero, unas horas después, un depósito de cenizas se convierte en lo más cercano de algún ser querido.
O cómo es que el agravamiento de la salud propia o de algún familiar convirtió todo en una bancarrota impensable.
Casos como los anteriores se repiten una y otra vez en todas partes.
Pareciera que a todos tomó desprevenidos el tsunami de realidad cambiante.
¿Acaso alguien estaba preparado para todo esto?
Si bien es cierto que casi nadie —excepto los dueños del mundo— vivía presto a enfrentar una pandemia en puerta, también es cierto que ciertas conductas, actitudes y formas de vida permitieron encarar de mejor manera la contingencia y la llamada “nueva normalidad”.
Austeridad, meditación, vida sana, disciplina, experiencia de teletrabajo, adaptación al cambio y creación de nuevos escenarios, han sido a mi juicio algunos de los componentes de quienes han enfrentado de mejor manera lo que hemos estado viviendo.
Pero, ya metidos en una experiencia de cambio repentino y extremo, la esperanza, es decir, “la confianza en lograr o realizar algo”, ha sido clave decisiva.
En este sentido, me parecen oportunas estas líneas de definicion.de en relación a la esperanza:
“Las personas suelen aferrarse a la esperanza cuando se encuentran en una situación complicada. Se trata de un recurso que los ayuda a no caer en la depresión, basadas en la idea férrea de que pronto las cosas mejorarán. Esa confianza actúa como estímulo y aporta fuerza y tranquilidad; por otro lado, cuando se pierde o resulta difícil alcanzarla, la vida se vuelve una ardua batalla contra los obstáculos”.
Sí, la confianza en que no estamos solos, en que siempre hay a nuestro lado alguien dispuesto a ayudarnos.
La seguridad en que la crudeza de las cosas puede mantenerse a raya de nuestra más recóndita intimidad, aquella en la cual radica la esencia de nuestro ser.
La rudeza de la vida es transitoria como pasajera ha sido buena parte de lo que llamamos felicidad.
Lo permanente es el aprendizaje constante y cambiante, la paz profunda, fuente de la verdadera felicidad que genera una especie de cobijo íntimo y esperanza en el futuro.
El sufrimiento deriva de no asimilar que todo es transitorio, que todo tiene un porqué y está ligado con situaciones que nos construyen y forman; por ello, todo es cambiante, nada es para siempre, empezando por la vida misma.
Aunque duela, sí, aunque duela, hay que aceptar que lo que estamos viviendo son días para aprender del cambio repentino y extremo, pero también son días de nuestra profunda fe y esperanza, y de que esto nos sacará adelante. No lo dudes.
Nos vemos la próxima semana. Hasta entonces.
Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es escritor y educador permanente. Dirige Sabersinfin.com