
Irapuato, Guanajuato.- Hubo un tiempo en que la Secundaria Técnica número 5 de Irapuato abría sus puertas los sábados para recibir a cientos de estudiantes en actividades artísticas, deportivas y de regularización. Los maestros que asistían esos días regalaban su tiempo a los “jóvenes y señoritas” —como solía decir el director—, de manera completamente gratuita. Tal fue el caso del profesor Martín Salvador Grana Chávez.
Fue un maestro que dejó una profunda huella musical y artística en varias generaciones de alumnos de la Técnica 5, recordaron exalumnos al recordar su labor docente.
Su camino como músico comenzó en la Universidad de Guanajuato, donde inició la carrera de instrumentista en guitarra. Sin embargo, poco tiempo después fue invitado a impartir clases en una secundaria de Abasolo, lo que dificultó continuar sus estudios musicales. Ante ello, decidió dedicarse por completo a la docencia, hasta que recibió un cambio a Irapuato, donde se integró a la plantilla de la Técnica 5.
Desde el principio, el profesor Grana buscó ofrecer a sus alumnos algo más allá de las clases tradicionales de artísticas que impartía en el aula del tercer piso. Allí, los estudiantes aprendían a tocar flauta, guitarra, teclados, o a pintar con lápiz, acuarela o al óleo. Sin embargo, muchos de ellos mostraban habilidades artísticas que requerían mayores retos y conocimientos.
Fue así como surgió la idea de crear dos agrupaciones musicales: la orquesta típica y la rondalla. El maestro presentó la propuesta al entonces director, el ingeniero Soto Fierro, quien aprobó el proyecto, aunque le advirtió que no habría pago adicional por el tiempo invertido. A Grana no le importó, y puso en marcha ambos grupos los sábados a las 4 de la tarde, con la incertidumbre de si los alumnos asistirían. Para su sorpresa, la convocatoria fue un éxito: más de 100 estudiantes se sumaron, entusiasmados por desarrollar sus habilidades musicales.
Quienes formaron parte de la orquesta recuerdan con cariño la interpretación de “Perfidia”, una de las piezas más emblemáticas, a la que siguieron otras como “El Cóndor Pasa”, “Amigo” y “La Barca”.
En la rondalla, los alumnos con mayor destreza en la guitarra eran invitados a integrarse. El maestro promovía un aprendizaje autodidacta, permitiendo que ellos mismos exploraran su musicalidad, eligieran las canciones, encontraran los acordes y las adaptaran al estilo romántico.
La creatividad del maestro Grana no se detuvo ahí. Atendiendo al entusiasmo de sus alumnos, ideó un concurso de canto e imitación, que se volvió tradición durante varias generaciones. Su éxito fue tal que la sala de audiovisuales resultó insuficiente para la cantidad de espectadores, por lo que el evento se trasladó al auditorio Benito Juárez —hoy Teatro de la Ciudad—, que también se llenaba por completo en cada edición.
¿Y tú? ¿Formaste parte de alguno de estos grupos o asististe al concurso de canto e imitación como público? Comparte en los comentarios tu experiencia o alguna foto que conserve esos recuerdos.