
Guanajuato, Gto.- Luis Armando tenía 42 años. Desde su casa se contemplaba la ciudad de Guanajuato. El paisaje era su única riqueza: vivía en una humilde casa, choza de lámina, madera y cartón, con electricidad robada con “diablitos” y agua surtida en pipa y guardada en barriles y garrafones.
Bajada por las empinadas calles de La Venada, resbalosas de polvo en tiempo de secas, resbalosas de lodo en tiempos de lluvia. Debía cruzar Los Gavilanes para cerrar al Camino Minero cuando quería tomar transporte, o caminar callejones abajo hasta llegar a El Carrizo para decidir si seguía por la Panorámica hasta Tepetapa o por algún callejón hacia Alhóndiga. El regreso era una gran quema de calorías.
Hace dos meses salió de su casa, ubicada en Callejón de Los Rodríguez, y no se volvió a saber de él. Se reportó y su nombre se perdió entre los centenares o millares desaparecidos. Ni pista ni rastro hasta esta semana.
En uno de los cerros cercanos a Valenciana, por uno de los antiguos caminos hacia la comunidad de Santa Rosa de Lima, lo hallaron.
Su cuerpo pendía de una cuerda amarilla. Se le pudo identificar por la ropa, pues su piel estaba corroída por el tiempo y la descomposición. El viento lo sacudía y fue por una persona que pasaba por la zona que se pudo encontrar algo de él.
Su esposa identificó sus restos. Era Luis Alberto Landín Rodríguez, 42 años. La carpeta de investigación 70535/2025 reporta que la necropsia señala que murió aproximadamente el 8 de mayo y la causa de su muerte fue asfixia mecánica, esto es, se arrojó con la cuerda atada al cuello y esperó la partida.
Todo indica que llegó hasta Valenciana, quizá en autobús, y caminó veredas por entre los cerros, hasta hallar el lugar propicio para irse. Los motivos de su decisión se fueron con él, pero desde donde estaban sus restos ocultos durante dos meses, también puede verse a la ciudad.
Luis Armando vivió y murió alejado de ese bullicio y de la falsa sociedad, rumbo a Santa Rosa, donde también “tras lomita” está Dolores Hidalgo. Al sureste de esos cerros ahora reverdecidos por la lluvia, hay que poner cuidado a un puñado de casas dispersas. Ahí está La Venada, que se pierde entre el caserío multicolor del resto de la ciudad.
