La masonería es un espacio humano donde se realiza una reflexión sobre cualquier temática relevante conforme a una metodología particular, basada en el simbolismo y la analogía a partir de multitud de elementos, en su mayoría tomados del mundo de la construcción.
Esta metodología permite a cualquier persona con inquietudes por profundizar en cuestiones abstractas poder hacerlo, independientemente de su formación académica previa.
No obstante, tampoco es un sistema de trabajo que se adquiera en dos tardes de lectura, sino que requiere una práctica y un cierto aprendizaje por observación, y el “programa de aprendizaje” tiene una estructura también heredada de los gremios de constructores medievales.
Por eso, la masonería se estructura en grados, y los principales son tres: aprendiz, compañero y maestro.
Los grados NO son una jerarquía: todos los masones se llaman a sí mismos hermanos, y un aprendiz recién llegado no es menos que un maestro con cincuenta años de experiencia. En caso de votación, ambos votos valen igual.
Los grados son una forma de certificar la experiencia masónica, y habilitan para ciertas responsabilidades. No tendría mucho sentido que fuera elegible para presidir las reuniones de los masones de una logia un aprendiz, que es una persona recién llegada y desconoce muchas cosas del funcionamiento de la logia. Por eso, los cargos de una logia están habitualmente reservados para maestros masones.
¿Te suena la expresión “la experiencia es un grado”? Pues justamente eso son los grados masónicos. Es posible, además, que algunos de ustedes hayan oído hablar de masones con grado 33. ¿Qué significa esto?
Hay quien dice que hay como una especie de masonería oculta a la que atribuyen todo tipo de maldades (prácticas aberrantes, afán dominador…), que tiene engañada a la masonería de los primeros grados y la usa como tapadera. Obviamente, afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, y en este caso, no hay nada que respalde una afirmación semejante. La explicación es mucho más sencilla.
El programa de aprendizaje del que hablábamos al principio culmina al llegar al grado de maestro. Igual que un universitario que gradúa ya no puede seguir un programa de estudios, sino que todo lo que aprenda debe ser por propia iniciativa, el maestro masón puede y debe seguir mejorando, pero ya no tendrá a nadie que le incentive a explorar ciertas vías.
Para ello, tiene una especie de “programa de doctorado”, y esos son los llamados “altos grados” o “grados filosóficos”, que no habilitan para nuevas responsabilidades en la logia (una vez se es maestro, ya se puede asumir cualquier responsabilidad), pero aporta todo un enorme campo de exploración para los maestros que tengan interés por profundizar en todas estas cuestiones que su maestría en el manejo de la metodología masónica les permite.
Cada rito masónico (hay numerosos ritos) tiene su propia estructura de altos grados, y en uno de los más conocidos, el grado más alto que se puede alcanzar es el 33. De ahí que haya masones con ese grado, que no significa más que son maestros que han profundizado mucho en estos temas.
No obstante, las características de cada grado que se alcanza no anulan a los anteriores, sino que se superpone. Es decir, un maestro con toda la experiencia del mundo no debe dejar de ser tan aprendiz como el aprendiz recién iniciado. La experiencia no debe matar la curiosidad por aprender, la apertura a nuevas ideas y la posibilidad de dejarse enseñar por los demás. De hecho los más grandes maestros son los más predispuestos aprendices.