Pénjamo, Guanajuato.- En 1932, mismo año en que se terminó de construir el templo de San Antonio de Padua, Leoncio M. Conejo, el sacerdote que fundó y oficiaba misa en esa iglesia fue secuestrado, nunca se encontraron sus restos.
El sacerdote Leoncio M. Conejo era originario de Huamantla, Tlaxcala y llegó a Pénjamo en 1892, donde se quedó a residir y en 1914 colocó la primera piedra del templo San Antonio de Padua.
Todos los domingos, el padre salía a recolectar dinero para la construcción del templo, siendo en 1924 cuando ofició su primera misa en el recinto que aún no terminaba de construirse.
Fue hasta que en el año 1932 que por fin terminó su edificación, fue construido con cantera de Magallanes y tenía un estilo neogótico.
“Ese mismo año se llevaron al padre, lo secuestraron, le rebanaron las plantas de los pies, le hacían caminar así y nunca se supo dónde quedaron sus restos, platica la gente”, contó el historiador Arturo Castillo.
“De aquí se lo llevaron a un rancho, dicen que lo tenían en un cuarto, del techo quitaron tejas y por ahí con un lazo le pasaban la comida, en vez de agua le daban vinagre”, relató.
En ese tiempo el padre Leoncio tenía 66 años pero también tenía un hermano, el sacerdote Fernando quien “murió de la tristeza de no saber dónde había quedado su hermano”.
Nunca se supo más sobre el paradero del padre Leoncio pero fue un sacerdote muy querido por la sociedad penjamense, por el legado que dejó.
Posteriormente, después de su muerte, la iglesia de San Antonio de Padua fue atendida por los padres de la Parroquia San Francisco de Asís hasta 1972.
Luego estuvo a cargo el padre Banjamín Botello Salgado hasta el 2013, año en que murió y actualmente el sacerdote Rogelio Rivera Meza.