Hace unos treinta y seis años, antes de que existiera la CURP (Clave única de Registro Poblacional), el Internet y los teléfonos celulares ya se tenía el control de las acciones y de las emociones de la raza. Pero faltaba mayor orden.
Cuando me llamó El Jefe nos dijo a los doce compañeros que estábamos reunidos que teníamos que tomar otras acciones.
-“Señores… la raza ya no cree en Dios. La raza humana ya no cree ni siquiera en Satanás. Debemos continuar con el control de la gente. Se nos está saliendo de las manos. Ya no creen en los noticieros, ni en los periódicos. Es más, la raza ya no ve la tele y menos escucha el radio. Hemos inundado con futbol, telenovelas, videojuegos, pornografía al planeta y aún así no es suficiente”.
El Jefe se veía que estaba muy emputado. Él representaba a “El Orden” aquella sociedad ultrasecreta que controlaba hasta la respiración de cada ser vivo del planeta -incluyendo a las plantas y a los animales-.
Se los digo muy en serio -continuó-, soltamos el puto coronavirus y a pesar de los millones de muertos la gente no cree. La raza se imagina que son inmortales, que ellos son Dios. ¿Qué me proponen?… Señores, ¿Qué proponen?
¿Y si los controlamos con el chip en la vacuna?, preguntó uno de mis compañeros.
¡No mames!… si no creen en el virus, menos en la vacuna. Podríamos ponerles o no un chip, para obtener toda su valiosa información. ¿Pero en verdad creen que funcione?, nos preguntó.
Si me permite, -le dije al Jefe-, tengo dos puntos importantes. El primero, según los estudios que hemos realizado con la nanotecnología, incrustarles un chip en el interior de su cuerpo no funcionaría. Primero, porque las reacciones de cada individuo son muy diversas unas de otras. En algunos funcionaría y en otros simplemente no. Aunque vacunáramos a toda la población y a los bebés que fueran naciendo, eso nos llevaría por lo menos un par de años. Y las acciones que debemos tomar son inmediatas, pues entiendo que todo esto se está saliendo de control.
En eso estábamos cuando llegó MakaBrown. Abrió la puerta de par en par y todos nos pusimos de pie. Dejó al descubierto su cabeza con esa capa que le caracteriza. Se colocó junto a la mesa, metió su mano en la bolsillo, sacó un celular. Nos lo mostró y sonrió. De hecho se carcajeó. Lo tomó entre sus dedos y lo estrelló contra aquella mesa.
-Señores, ¡no nos hagamos pendejos!. No es necesario incrustarles ningún chip. No es necesario vacunar a todos. El que se quiera vacunar bueno, el que no que se lo cargue la chingada. El puto virus existe. La vacuna existe. Si quieren seguir viviendo deberán vacunarse. Si no lo hacen, no serán más que un poco de polvo, polvo de momia.
Todos guardábamos silencio. Escuchábamos con atención todo lo que aquel ser de oscuridad nos decía. Era tanto el respeto que le teníamos que hasta nuestra propia respiración se escuchaba en aquella sala.
¡Dejémonos de mamadas!. Sus propios sentimientos, sus propios deseos, su forma de pensar y todo lo que ustedes son, lo hemos venido controlando desde hace muchos años, -nos decía al grupo, mientras nos iba señalando uno a uno de los presentes que estábamos en aquella mesa-.
Sin necesidad de implantárselo, ya tiene cada quien su número… ya tiene cada uno su código y su chip. El chip… está en sus propias manos. Tenemos el control…