
Guanajuato, Guanajuato.- Los chichimecas crearon el sentir de hacer de los Picachos un signo de identidad para las y los nativos de Mo-o-ti (lugar de metales) que luego sería Paxtitlán (luchar de pastos) y terminaría como Quanax Huato (lugar montuoso de ranas), donde los jesuitas desde 1616 hicieron que la tradición de origen pagana se convirtiera en devoción católica para venerar a san Ignacio de Loyola.
La gente de estas tierras tiene por costumbre, inexplicable para los profanos, de trepar un cerro y legar a una cueva para desde ahí contemplar su ciudad, para amanecer entre canto y bebidas, para acampar y estar unas horas en contacto con un cerro al que unos “visionarios” pretenden urbanizar.
Todo empezó el día 30, cuando 500 jinetes, encabezados por la presidenta municipal, Samantha Smith, realizaron “la tradicional cabalgata” a la Bufa en honor a San Ignacio de Loyola. Esta costumbre empezó hace 51 años y era el mero día, pero hace unos años un caballo arrolló a una mujer y lo cambiaron para el 30 de julio.

Samantha salió de la exestación del ferrocarril y recorrió el primer cuadro de la ciudad, pasó por lugares emblemáticos e hizo paradas en las iglesias para mostrar su fe y devoción a San Ignacio de Loyola, Cristo Rey, la Virgen de Guadalupe y Nuestra Señora de Guanajuato.
Eso del Estado Laico sigue en espera de mejores tiempos. La presidenta municipal gritaba y coreaba vivas a la virgen y demás santos y esperó a que el abad de la Basílica de Nuestra Señora de Guanajuato les echara agua bendita: “¡acá, padre, acá!”, pidió al sacerdote. Los demonios siguieron adentro de esos cuerpos políticamente pecadores.
Por la noche la Bufa y los Picachos lucieron iluminados, mientras que decenas de fogatas sumaban su luz; abajo, las de la ciudad; arriba, las de un monte que exigía sacar la botella. La jornada remató con una misa.
El mero día de la Cueva
Vendimia de todo tipo: desde productos chinos hasta la garnachería y los infaltables juegos mecánicos. La feria para miles que subían con parsimonia para comer brochetas de camarón, tacos de tripa o enchiladas mineras.
Un grupo norteño competía con las cumbias que ponía la ola, mientras que Movimiento Ciudadano, con su diputado Rodrigo González, su diputada Sandy Pedroza y su regidora Liliana Pedroza -en pleno baño de pueblo- regalaban naranjas con chile en polvo.
La regadera de pueblo alcanzaba para más: a su costado derecho estaba una carpa promovida por el regidor morenista Julio García; habrían de llegar luego el senador Emmanuel Reyes Carmona y su hermana, la diputada local Miriam. La dádiva fue de unas guacamayas con chicharrón ya aguadito.
En el otro costado estaba la carpa de la dirigencia estatal morenista, encabezada por Jesús Ramírez Garibay y su regidora Fernanda Arellano, que regalaban paletas.
Más arriba estaba la carpa del Grupo Interdisciplinario Bufa, que promovía la defensa de ese espacio en demanda de que sea declarado Área Natural Protegida.

En la carpa de la presidenta municipal, la fila se hizo grande porque la presidenta tardó en llegar para iniciar la entrega de guacamayas y aguas frescas.
El pueblo, en tanto, disfrutaba de ese mundo de panes de Acámbaro, gorditas de nata, tacos de tripa, camarones “embarazados” (que en realidad están empalados) y demás delicias culinarias de la gastronomía callejera.
Era necesario dejar ese lugar al que la gente atiborraba cada vez más en una tarde de gran sol, Una cerveza bien fría para bajar guacamayas y saborear naranjas y a abrir el teclado. Salud, Nacho de Loyola; gracias, chichimecas, por heredarnos esta tradición.
