León, Guanajuato. – Era una ciudad que en 1910 tenía 90 mil habitantes, población que la Revolución habría de reducir. Lucía hermosos edificios, varios de ellos con el talento del arquitecto Luis Long; tenía una casi recién construida Cárcel Municipal, una funcional estación de ferrocarril y obras hidráulicas para prevenir inundaciones, que tanto daño habían hecho al finalizar el siglo XIX. En el paisaje urbano de la época sobresalían los templos católicos, pero también el Teatro Manuel Doblado, donde lo mismo había representaciones dramáticas, mítines y zarzuelas y que en los primeros años del siglo XX mostraba la novedad de mayor impacto: el cinematógrafo. Cerca de ahí, el espacio con espectáculos y cultura para todas las clases sociales: la Plaza de Gallos.
Las elecciones de la Mesa Directiva de El Círculo Leonés Mutualista, el principal espacio de convivencia cívica y social de la ciudad, eran motivo de discusiones públicas. Sus asambleas, acuerdos y listas de directivos eran publicados en “El Obrero”, semanario dirigido por el liberal Jesús Rodríguez, con tiraje de cuatro mil ejemplares y tan exitoso que tenía una red de suscriptores y voceadores. Llegaba a las ciudades vecinas y en la capital del estado disponía de un ejército de 30 gritones que anunciaban la noticia del momento. Competía desde 1902 la plaza con” El Pueblo Católico”, dirigido por el ex seminarista Zenón Izquierdo, combativo semanario clerical que comenzó a circular en 1883 y habría de desaparecer en 1913.
La calle Primera de Guanajuato (hoy Madero) era, como hasta la fecha, el espacio de las expresiones cívicas, lista para dos grandes celebraciones: el desfile conmemorativo del aniversario de la ciudad, realizado en el marco de las fiestas de enero, y el festejo del Centenario de la Independencia en septiembre, organizado por una Junta Patriótica integrada por los notables de la ciudad. Los tranvías llegaban a la plaza principal por la calle de Pachecos (hoy 5 de Mayo), donde los campesinos vestidos con mata y sus mujeres con rebozo veían pasar a los catrines muy formales con su traje, moño y bombín o sombrero de copa en esos carros jalados por mulas.
Los salarios fluctuaban entre 50 centavos y un peso diario; las mujeres y los niños ganaban entre 25 y 40 centavos por día y las jornadas de trabajo iban de 14 a 16 horas y en las tiendas del centro vendían desde pistolas hasta el ya popular fonógrafo, con discos de cinco pesos con polkas, shotises, valses o cantos de ópera.
Vientos de cambio
En enero, mientras los leoneses celebraban su famosa feria, Roque Estrada y otros notables maderistas llegaron a León para empezar a formar los primeros clubes antirreeleccionistas en el estado.
Fue el primer indicio de confrontación con el viejo régimen al que se agregaba el activismo de un notable leonés, sabio y respetado, Toribo Esquivel Obregón, quien había participado en 1909 en la formación del no maderista Partido Antirreeleccionista (PA) en la ciudad de México, lucha a la que habrían de sumarse otros guanajuatenses, entre ellos el ingeniero Alfredo Robles Domínguez.
Aunque la prensa leonesa no criticaba a Porfirio Díaz, sí al gobernador porfirista Joaquín Obregón González. Jesús Rodríguez había estado preso en 1908 y 1909. En enero de 1910 salió de la cárcel y al ver el movimiento maderista, su entusiasmo liberal (alimentado por el hostigamiento carcelario y político del gobernador porfirista) le hizo sumarse a la causa.
En el contexto de la conformación de los clubes antirreeleccionistas y una prensa afín, aunque minoritaria, Madero realizó una gira proselitista por el estado de Guanajuato a finales de marzo. El día 31 de ese mes, el coahuilense estuvo en León. En su edición del 2 de abril, “El Obrero” publicó en su portada la nota “Mitin de Madero en Plaza de Gallos”. El periódico destacó que hubo más de mil asistentes e intervinieron como oradores el Lic. Roque Estrada y el periodista Pedro Hagelstein. El semanario consignó que Madero analizó la situación política del país y criticó a Díaz por proteger a determinadas industrias textiles en detrimento de las empresas de la región. También se manifestó en contra de la exención de derechos que el gobierno porfirista otorgaba a los fabricantes de alcohol, quienes utilizaban al maíz como materia prima, “el principal alimento de la clase menesterosa”, para convertirlo en alcohol tóxico, nocivo para la salud. La policía llegó al lugar, interrumpió a Madero cuando daba su mensaje y fue detenido, pero más tarde, por órdenes del Jefe Político, José de Jesús Ibarra, se le dejó en libertad. La postura de darle voz al opositor se refuerza por el hecho de publicar dos semanas después el mensaje íntegro del Lic. Estrada.
Mientras la prensa porfirista y parte de la católica ridiculizaban a Madero, los liberales leoneses seguían a través de las páginas de “El Obrero” las actividades del opositor. Entre las noticias más importantes, y seguramente muy comentada en el Círculo Leonés Mutualista y otros espacios, fue la Convención Nacional Independiente, la reunión de antirreeleccionistas en la ciudad de México, donde el Lic. Toribio Esquivel Obregón compitió con Madero la candidatura a la presidencia de la República.
Las noticias del encarcelamiento de Madero, la reelección de Díaz, la fuga del coahuilense, la muerte de los hermanos Serdán en Puebla y la convocatoria maderista a la revolución llegaron a un pueblo leonés que continuó en 1910 su vida de producción agrícola, intenso comercio y sus jolgorios en el marco del frenesí festivo del Centenario de la Independencia.
Llegó la bola
El 20 de noviembre de 1910, a las seis de la tarde, como irónica formalidad política, empezó “oficialmente” la Revolución Mexicana. De la ciudad de México regresaron el guanajuatense Alfredo Robles Domínguez y el silaoense Cándido Navarro, entre otros, a organizar al maderismo en la entidad tanto en lo político como en lo militar.
Al terminar el año, en el norte del país empezaban la guerra y la muerte, en tanto los leoneses gozaban de las fiestas decembrinas. Simultáneamente, los maderistas guanajuatenses, tanto los organizados en el estado como los llegados del centro, incitaban a la rebelión y formaban tropas en otras localidades de la entidad. Gracias al trabajo político de los maderistas, entre noviembre de 1910 y junio de 1911 se consolidaron tres núcleos revolucionarios armados en Guanajuato: el conducido por Cándido Navarro, el de Juan Bautista Castelazo y el de Francisco Cano. Cada uno se mantuvo independiente entre sí, con sus propios intereses y alianzas. Navarro era profesor de primaria, de origen humilde; Castelazo era político, abogado y pequeño empresario y a la postre fue el primer gobernador maderista; y Franco, hijo de un hacendado, juntó a sus peones y los puso al servicio de la Revolución. La “bola” había llegado al escenario de Guanajuato.
¡’Ahí’ viene Cándido Navarro!
Cuando Alfredo Robles Domínguez, junto con otros dirigentes de la revolución, fue preso a finales de 1910, Navarro reorganizó las fuerzas opositoras y cumplió la misión encomendada: ser el brazo armado de la Revolución en Guanajuato. Para algunos rancheros y empresarios de la región, el profesor representaba un radicalismo que no deseaban y prefirieron apoyar a Juan Bautista Castelazo, un antiguo administrador porfirista, lo que limitó la fuerza militar y política del silaoense. No obstante, Cándido Navarro logró juntar entre 300 y 400 hombres. Fue respaldado por rancheros de Silao, entre ellos Mercedes González (cuñada de Alfredo Robles Domínguez, la cual estaba al frente del rancho Santa Faustina). Lo apoyaron también los hermanos Pesquera, del rancho Nápoles. De igual manera lo siguió Manuel Malo Juvera, habitante de una fracción del rancho Albarradones.
Con esa fuerza inició la lucha armada en febrero de 1911. Sólo la prensa promaderista mantenía una postura editorial de discreta simpatía hacia los rebeldes. En las ediciones de ese mes, “El Obrero” publicó noticias sobre las batallas entre maderistas y tropas federales con una interpretación a favor del bando revolucionario, visión no compartida por el común de la población. Los más pobres debieron quedarse a enfrentar los riesgos de levas y despojos. Las familias adineradas, en cambio, comenzaron a abandonar la ciudad. Don Toribio Esquivel Obregón fue uno de ellos: en ese año se fue con su familia a la capital del país.
Navarro tomó en abril Romita, Silao y La Luz, ubicada en la zona minera de Guanajuato. Sus acciones no fueron un golpe letal para al poder real del gobierno porfirista de Guanajuato, pero la fuerza nacional de la rebelión tuvo su eco en la entidad con el triunfo de los maderistas y consecuente renuncia del gobernador Joaquín Obregón González y del mismo Porfirio Díaz en mayo de 1911.
Así, Cándido Navarro, como principal caudillo militar, y Alfredo Robles Domínguez y Toribio Esquivel Obregón, entre otros, en el frente político, contribuyeron a la caída de Díaz y Obregón González y al ascenso del maderismo al poder. Las renuncias dieron lugar a incertidumbre entre comerciantes e industriales y a temores fundados de la aún más inerme población llana. Por eso la alarma cundió entre los leoneses cuando Navarro se encontraba en la región luego de sus asaltos militares iniciales. A mediados de mayo, la tropa del caudillo acampaba en las faldas de los cerros cercanos a la hacienda de Duarte, ubicada a unos 10 kilómetros al oriente de la ciudad. “El Obrero”, en su dinámica de simpatía maderista y para tranquilizar a la población, informaba que los revolucionarios estaban “más cerca de León” y aclaraba: “No son bandidos”.
La paz no llegaría con el triunfo maderista debido a que los zapatistas y los agraristas, entre los que se encontraba el propio Navarro, demandaban un inmediato reparto agrario al presidente interino, el porfirista Francisco León de la Barra, quien, ante la complacencia de Madero, rechazó la exigencia. Los inconformes de rebelaron y con ello inició otra etapa de inestabilidad económica y militar en la que caudillos y bandoleros asomaron en el escenario social y mediático.
Navarro se negó a entregar las armas y, en su secuela de rebeldía, al frente de 300 hombres tomó la ciudad de León el 3 de junio de 1911 y hurtó las arcas municipales aprovechando que había una manifestación contra Enrique Octavio Aranda, el gobernador interino sustituto. Aunque un sector de la población le lanzó vivas y le pidió liberar los presos, esta acción le hizo perder la simpatía inicialmente ganada en la prensa y a partir de entonces fue criticado por los periódicos partidarios del antirreeleccionismo, pero que rechazaban la vía armada: “El Obrero”, de León, y “El Barretero” y “El Observador”, de la ciudad de Guanajuato.
La lucha armada provocó también un freno al desarrollo de la ciudad. Con ella se interrumpió el flujo de trenes de pasajeros y mercancías. Las vías y máquinas se destinaron al movimiento de tropas y así permaneció el sistema ferroviario durante la mayor parte del tiempo en la región hasta finales de 1915.
Así pegó inicialmente la lucha revolucionaria a la ciudad de León.