Cuerámaro, Gto.- Las fuerzas ya no le alcanzan, pero aún así tiene la esperanza de que alguien lo recuerde. Al menos, los últimos 22 años de su vida se la pasó rodeado de las personas que ha estimado. Tal vez sea que ha desperdició su juventud, pero al menos sus restos ya descansan en el panteón municipal de Cuerámaro.
A continuación la historia que salió de entre “las tumbas”, relata la forma en que un hombre de 88 años, vivió una gran parte de su vida en el panteón, la mayoría de las veces junto a sus amigos ya muertos.
Juan Rea Ortega originario de Cuerámaro, hijo de Agapito Rea y Francisca Ortega sobrevivió a una guerrilla en los años 40 en las selvas de Chiapas, cuando se integró al Ejército Mexicano, las decepciones amorosas de su época y a la muerte de sus únicos familiares.
El hombre de barbas blancas sin cortar, tenis desgastados, manos duras todavía fuertes, quien portaba un reloj como si estuviera viendo la hora en que va a llegar su partida, relató una parte de su vida sin inmolarse de lo que ha hecho y mucho menos con miedo de lo que vendrá.
En el tren que se dirigía a Tapachula Chiapas, junto con una cuadrilla de militares, obtuvo en sus manos la noticia de que su padre había muerto y que con él, sólo le quedaban dos hermanos que años más tarde fallecieron, quedando completamente sólo.
Al regresar a Cuerámaro y después de desertar del Ejército, estuvo buscando trabajo en lo que fuera, sin embargo en ese entonces y como pasa actualmente no hallo o al menos en lo que sabía hacer que era el campo.
Don Juan como ahora se le conoce, recordó que en el año 1975 fue llamado por el panteonero para solicitarlo como albañil y de esta manera se dedicará a arreglar las tumbas de las personas que iban falleciendo.
Relato del año 2013
¿Por qué no se caso? una de las preguntas obligadas, a la que respondió con una pequeña sonrisa en la boca “pues claro que tuve novias, pero con la que me iba a casar me dejó por que me encontró con otra muchacha y nunca volví a tener una mujer”.
Sólo la atención de sus amigos y la tranquilidad que le daba el trabajar en el panteón, dijo hicieron que se olvidará de aquel pasaje, sin que se diera cuenta que para ello se había vuelto viejo y casi sin movimiento.
A pesar de aquel retraso “Don Juan”, siguió con su trabajo pero el hombre que se lo había conseguido detalló “un día se puso borracho y cerró el panteón, la gente que venía a ver a sus difuntos nos reportó y nos corrieron”.
Sin embargo, Rea Ortega, ha estado viviendo en el panteón; los primeros años lo hacía a escondidas y posteriormente construyó un cuarto con láminas de cartón, justo a un costado de las tumbas.
¿No le da miedo vivir en el panteón?, “no por que me encomiendo a Díos, las almitas no dicen nada, me he quedado hasta las doce de la noche que dicen que salen las almas, pero no ha pasado nada”.
Con las manos temblando, el mal de parkinson que le aqueja hace algún tiempo sin recordar desde cuando, Juan, dijo que hace dos años, fue llevado por el anterior panteonero al doctor por que sentía molestias al orinar, de ahí y a la fecha sigue sólo la dieta que por fuerzas tiene que llevar.
¿Qué come? “Lo que los panteoneros me traen” señaló, pues después de que Juan dejó su trabajo, cada encargado del panteón se ha hecho cargo de llevarle de desayunar y comer.
¿Qué espera cuando un día muera?, “nada, un pedacito solamente, por que aquí vivo y aquí a lo mejor voy a morir” diciendo con un poco de recelo sus pensamientos entrecruzados con lo que hizo anteriormente.
En el mausoleo de Cuerámaro, la única alma que respira y todavía camina, esta esperando a que el tiempo siga su curso, que sus pasos los pueda seguir apoyando y que al menos su recuerdo quede presente en la mente de al menos sus amigos que ya murieron.