Por Cynthia Fernanda Campos Nochebuena
Iniciaba el año 2020, todo pintaba de maravilla, la familia Espinoza sabía que ese sería su año: los padres acababan de iniciar empleos buenos, los chicos tenían buenas notas en la escuela y a pesar de convivir con dos adolescentes y un niño, todos se llevaban bien y reinaba la paz y el amor en el hogar.
Corría un viernes 27 de febrero por la noche, después de varias semanas de arduo trabajo y tareas en la vida de los Espinoza, se disponían a cenar cerca del televisor, mientras preparaban todo, don Carlos, el papá, puso las noticias para saber lo trascendente de la semana:
—Miren esto, el de las noticias dice que ya hay un caso de COVID-19 aquí en México —dijo un poco asustado Alfonso, el hijo menor de la familia.
Todos se acercaron para escuchar con atención.
—¿Qué irá a ocurrir ahora? ¿Creen que nos afecte? —preguntó a nadie en específico Miguel, el hijo mayor.
—No pasará nada, estoy seguro que las autoridades lograrán detener esto antes de que sea peor. —Contestó Carlos, el padre, tratando de oírse seguro, pero su voz sonaba preocupada: pensaba en sus padres, su esposa, sus hijos y su empleo,
¿qué pasaría si no lo contenían y si se extendía? Todos se miraron desconcertados. Jamás habían vivido algo así.
Pasaron las semanas y efectivamente el miedo comenzaba a surgir en la población, algunos creyendo otros no tanto. Finalmente, las autoridades decretaron la suspensión de clases en todos los niveles y actividades no esenciales. La familia Espinoza se encontraba triste, habían cancelado sus vacaciones y lo que pintaba ser un excelente año comenzaba a ser uno no muy grato, y conforme avanzaba el tiempo todo iba poniéndose peor.
Un día entre semana del mes de junio don Carlos llegó antes de lo que solía ser su hora regular, su semblante denotaba un gran tristeza y decepción; se sentía derrotado.
—¿Qué ha pasado, querido? ¿Te encuentras bien? —preguntó Lucía, su esposa.
—¡Ha sido terrible! La compañía ya no permitirá que sigamos acudiendo a las oficinas por posibles riesgos, pero tampoco se puede realizar el trabajo desde la casa, y a todos los equipos que nos integramos en este año nos han despedido. Me he quedado sin empleo, ¿qué vamos a hacer?
—¡No pueden hacerles esto! ¡Es una total injusticia! Sé que aún contamos con mi ingreso, pero no será suficiente para los gastos de la comida y la casa, pero ya veremos la forma de solucionar esto.
Sin haberse percatado, los tres hijos de Carlos y Lucía escucharon la conversación de sus padres. Alfonsito, el más pequeño, se abrazó a sus hermanos con lágrimas en los ojos, no entendía bien lo que ocurría, pero está claro que perder el trabajo era una situación difícil y eso había puesto mal a su papá.
—No será algo permanente, estoy segura que encontrará algo más o lo volverán a contratar, no seas llorón —dijo Julia, la hermana de en medio.
—¡No seas cruel Julia! Es normal que tenga miedo, todos tenemos miedo, no sabemos si a mamá le vaya a ocurrir lo mismo, debemos hacer algo para ayudarlos
—contestó triste y aparentemente molesto Miguel, el mayor.
—Tienes razón, yo sí haré algo. De momento me iré a casa de Fanny, sus papás tuvieron que salir y dará una fiesta privada.
—¡Estás loca! ¿No entiendes que hay una pandemia? Y nuestros papás están pasando un mal momento, ¿cómo piensas ir a una fiesta con tus amigos con la situación que impera? ¡No seas inconsciente Julia!
Pero Julia realmente no puso atención a lo que su hermano le decía y haciendo el mínimo de ruido dejó la casa.
Carlos y Lucía consideraron en mandar por un tiempo a sus tres hijos a casa de sus abuelos paternos. Eso sería, según pensó Carlos, un poco más sencillo para ellos y los niños no se tendrían que preocupar por los problemas que atravesaban sus padres. Hicieron sus preparativos y a la semana Miguel, Julia y Alfonso llegaron a casa de sus abuelos Joaquín y María. Los abuelos estaban felices de tener a sus nietos en casa, tenían meses sin verlos y sentían que su compañía les traería alegría y dicha. Y así fue los primeros días. Julia comenzó a presentar algunos síntomas que se creían propios de COVID, casi de inmediato también sus hermanos, pero al ser jóvenes y de buena salud no se vieron afectados, aunque los señores Joaquín y María no podían decir lo mismo: Joaquín padecía diabetes y María hipertensa y ahora ellos estaban presentando síntomas de COVID, pero no fue todo, en casa, Carlos y Lucía estaban igual. La familia completa se había contagiado.
Todos estaban preocupados por los niños y ellos no sabían que hacer, al ver cada vez más graves a sus abuelos pidieron ayuda y fueron llevados al hospital donde tuvieron que ser internados debido a los síntomas tan graves que presentaban.
En casa Julia no paraba de llorar. —Esto es mi culpa, lo sé, seguramente fue en la fiesta de Fanny, hubo mucha gente, yo creí que esto no pasaría, ni siquiera pensé que fuera real eso de los contagios, y ahora me siento terriblemente mal, que pasa si nuestros papás y abuelitos no…
—¡Basta! —interrumpió súbitamente su hermano Miguel. —Hiciste mal, yo te lo dije, pero en estos momentos eso ya no importa, estoy seguro que si hubieras sabido todo esto en aquel momento no lo habrías hecho, ahora sólo esperemos a que se recuperen, seguro lo harán, debemos tener fe.
Los tres hermanos se abrazaron para darse ánimo, ahora deseaban más que nunca que su familia se recuperara.
El paso de los días llegó a semanas, Carlos, Lucía y Joaquín lograron recuperarse, aunque claro, con algunas secuelas, sin embargo, la abuela María no tuvo la misma suerte y al cabo de algunas semanas después de ser internada, falleció. Julia aún carga con la culpa, pero ahora se dedica a hacer campañas de concientización, para que los jóvenes no cometan el mismo error que ella.
La situación que atraviesa nuestro mundo es muy difícil, este virus les ha cobrado la vida a millones de personas, familias han quedado con huecos en el corazón por perder a seres amados. Lamentablemente la sociedad sigue sin entender. Esta historia busca generar conciencia ya que cuidarnos es la clave para salvar a nuestros seres queridos de una infección la cual es como una ruleta rusa: no sabemos cómo nos afectará.
Elentári