Simposium. Adiós al maestro

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Y el arco iris volvió a rasgarse. Yo sabía que dejaba largo tiempo, quizás para siempre el profundizar en estructuralismo, en Lacan, en Spinoza, en tantos otros apetecibles platillos filosóficos1.

Aunque no soy un dionisíaco, me fascina Dionysos, y quiero ser tentador2.

Inaudito comenzar sin sus palabras. Imposible dejar de enunciarlas, escribirlas, de pronunciarlas. No es posible leerle sin que una sonrisa rasgue nuestro rostro de manera intempestiva. Los manuscritos de Jorge Manzano son exquisitos platillos filosóficos; en ellos nos invitó a saborear de los embates de la filosofía: saben a queso, a tequila, a tabaco, a sandía. La cocina filosófica de Manzano también brindó deliciosos manjares a sus escuchas. La voz de Jorge, al igual que el café, dejaba un tenue y constante eco después de pronunciadas las palabras. El aroma de un platillo seduce, nos provoca a comerlo; también la filosofía, en palabras de Manzano, ha de seducirnos. Eugenio Trías comentó alguna vez que él no escogió la filosofía, sino la filosofía lo escogió a él. Algo muy similar ocurrió con Jorge: la filosofía lo enamoró siendo un ingeniero químico; imposible haber escuchado sólo el discurso del maestro sin advertir que estuvo cabalgando todo el tiempo sobre el amor-pasión.

La enseñanza apasionada de Manzano apostó cada instante por el retorno al cuerpo para pensar una filosofía viva. Por los pliegues de la piel, el quehacer filosófico se encarna o está destinado a marchitarse. Pensar no excluye al cuerpo; el último es el seductor del pensamiento para que brote en flor. En este sentido, Manzano nos invitó a deleitar nuestro cuerpo en muchas cenas filosóficas que constaban de cuatro tiempos: Kierkegaard, Hegel, Nietzsche y Platón. Nos enseñó que cada platillo está guisado de una forma singular y se distingue por los variados condimentos que lo sazonan. Todas las noches, los tiempos de la cena se intercambiaban: el plato fuerte de la primera velada sería el postre de la siguiente. Desde este lugar, Manzano no nos invitaba a comer el platillo más lleno, sino saborear las delicias provenientes del mediterráneo, del centro de Alemania y las costas de Dinamarca. Jorge nos invitó a apropiarnos de estos platillos filosóficos y amarlos en cuerpo entero; así mismo nos invitó a dialogar con el otro que piensa distinto a mí. Nunca hubiera querido que lo siguiéramos a él de manera acrítica ni dejar de matizar diferencias.

Hoy sólo quedan las huellas diferidas de su pensamiento que le sobreviven. Manzano nos deja; era humano, demasiado humano. Hoy estamos en duelo por su partida sin retorno. Freud escribió que en el duelo el mundo se vuelve pobre y vacío. Sin embargo, el proceso de ese duelo resiste al olvido de quien muere. Los textos de Jorge Manzano hoy son tarjetas postales que no dejan de llegar a sus lectores con el paso del tiempo; dejar de leer hoy su legado, eso es llorar. La muerte hoy punza como veneno dentro de la carne desnuda. Por eso, hoy no sólo se rasga el arco iris, también los ojos de tantas y tantos en su partida. No es un hasta luego; es un adiós. Adiós al maestro, al sacerdote, al jesuita, al amigo, al padre, al compañero, a Jorge Manzano.

Jorge Manzano Vargas, SJ
5 de Septiembre de 1930
21 de Septiembre de 2013

1 Jorge Manzano. Al rasgarse el arco iris. Universidad Iberoamericana Pág. 109
2 Jorge Manzano. Nietzsche. Detective de bajos fondos. Universidad Iberoamericana. Pág. 11
ESTEBAN ARELLANO GARCIA
Director en conjunto de la revista de filosofía, psicoanálisis y cultura Intempestivas
Correo Electrónico: estif_calleros[a]hotmail.com
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