Por Edgar Reza.
Guanajuato, Gto.- Ubicada en lo que fueron terrenos de la antigua hacienda de San Francisco de Cervera (lugar de antaño conocido como Los Hornos) se haya, desde el año de 1863, la Plaza de San Fernando, en honor al santo del mismo nombre y del monarca español Fernando VII.
Fue ampliada durante los años treinta y principios de los cuarenta, cuando posteriormente fue demolido el edificio que sirvió de escuela, y se ubica en el cuadro superior de la Plaza.
Su diseño, de empedrado y enlozado que se caracteriza por figuras geométricas a modo de grecas, es obra del artista plástico guanajuatense José Chávez Morado.
En la actualidad sigue siendo el escenario perfecto, aunque subestimado para la exhibición de libros, artesanías, alfeñiques y actividades artísticas, así como centro de reunión de la vida bohemia en la ciudad.
Aún con todo, en el número 46 de la plaza se encuentra el Boosanova Café, uno de los locales más emblemáticos de la ciudad y de mayor afluencia turística de la ciudad en los últimos treinta años.
Es un local típico de como eran los cafés hace medio siglo, una época donde se privilegiaba la conversación sobre cualquier cosa y donde hablar no era, como hoy, un accidente.
El Bossanova café ha sobrevivido a los cambios comerciales de la ciudad; la entrada de locales comerciales y cadenas de restaurantes de comida rápida; así como a los nuevos reglamentos sanitarios de oficinas de Protección Civil y de Secretaría de Seguridad Ciudadana, en lo que toca a permisos de alimentos y bebidas.
Como casi la mayoría de muchos otros locales comerciales e independientes de la ciudad, con casi ninguna alternativa de economía emergente, ha sobrevivido también a una pandemia. Es un sobreviviente, pero no el único caso, en una ciudad que ha visto en su historia más reciente, casi de manera exclusiva, servicios turísticos y comerciales como éste, pero que no corrieron con la misma suerte.
La idea de Bossanova Café fue de Araceli Velazquez Jiménez, Cheli, una mujer que llegó de la Ciudad de México hace veintitrés años, y se quedó; pero que cuando vino por primera vez a Guanajuato se encontró con que, sorprendentemente, no había aquí el concepto de “lugar abierto”, de la apropiación de los espacios públicos, y más aún resultaba incluso extravagante una idea muy simple: beber café y escuchar música debajo de un árbol.
“Mi hermana había regresado de Brasil con música brasileña, Caetano Veloso, Chico Buarque, María Betania -dice Araceli Velázquez- y nos encontramos con esta plaza que es una de las más hermosas del estado. Como recordarás, en aquel tiempo no había mesas en los frentes de las casas ni en las terrazas. Pusimos discos de Brasil y nos dimos cuenta que a la gente le gustaba, y entraban a preguntar quienes eran esos cantautores que escuchaban; servíamos un café de Chiapas que hasta el día de hoy no hemos cambiado, y que desde hace 23 años funciona como una cooperativa (alrededor de veinte familias de dos comunidades en Ixtla) que viven de la producción cafetalera. Y me gusta decir esto – continúa Araceli-, no es una transaccional, es un conjunto de gente en comunidades de Chiapas que cultiva su café. Es muy artesanal y en Guanajuato capital sólo tres locales compramos este café. De modo que no dejamos de contribuir a la economía local tanto aquí como allá. No podemos cambiarlo, porque para nuestros clientes éste es el mismo sabor de hace más de veinte años, y es un producto que le gusta a locales y extranjeros.”
“Del otro lado, intentamos adecuarnos siempre a la necesidad del barrio en todo momento. No necesitamos alterar el ritmo, sino que buscamos adecuarnos al ambiente y el espacio de la propia plaza. Y es cuando creo que captas la necesidad del espacio de la comunidad en donde vives, y te adaptas a eso, que el negocio va corriendo por sí solo, y eso es lo que nos ha sucedido”, me comenta.
Porque más allá de este romance con la Plaza de San Fernando y con Guanajuato, la historia del Bossanova café se asocia también con la muy reciente apropiación de los espacios públicos, en un momento en que locatarios y restauranteros tuvieron que enfrentarse, y con violencia, con autoridades gubernamentales por el uso, no sólo del espacio, sino de cada silla y de cada mesa, y de cada metro cuadrado de calle.
“Ya casi nadie lo recuerda – dice Cheli- pero hubo un tiempo en que incluso la autoridad atacaba a los locales que justamente promovíamos el desarrollo turístico de Guanajuato. Ese tipo de contradicciones sucedían. Ha sido un diálogo feroz, ya no tanto, a lo largo de veinte años con distintas administraciones y distintos partidos políticos. Por fortuna, son problemas que con los años se fueron limando un poco. Podemos trabajar libremente, si todos ponemos nuestros propios límites, y esa ha sido la consigna nuestra con los distintos gobiernos.”
“Pero sabrás que en principio -me comenta Cheli- fue la propia sociedad guanajuatense la que se negaba, y mucho, al cambio, a los espacios públicos. Hablamos de algo que sucede en pleno siglo XXI, te estoy hablando de los dosmiles, no de hace 150 años. Gente nativa de Guanajuato que nos decía que hace cincuenta años no había una sola mesa en las calles de Guanajuato. Pero bueno, todo cambia en cincuenta años, y ahora hay mesas para donde mires. Cheli me dice que eso costó mucho trabajo, tanto con autoridades como con la gente de Guanajuato. “Pagamos como locatarios una de las cuotas más altas del país, y tanto hoteleros como restauranteros tenemos que defender los empleos que damos. Y en los últimos años tenemos acuerdos con la autoridad, un poco injustos hay que decir, porque apenas acabas de pagar veinte requisitos, detrás vienen otros nuevos. Debería haber pues un sistema de contribución más amigable -soslaya-. Con todo, en los últimos seis o siete años hemos avanzado bien, porque hubo en estos veinte años momentos de muchísima violencia, de muchísima rispidez.”
“Por ejemplo, en 2005-2006, cuando se cambió el piso de toda la ciudad por disposición gubernamental, tuvimos que luchar porque se dejase el piso original de la plaza, que está hecha con cantera de Guanajuato, obra de maestros de Guanajuato, y que responde al diseño del artista plástico José Chávez Morado. La Plaza como veras es en suma una obra de arte, no sólo de Chávez Morado, sino también colectiva, vecinal, y fue responsabilidad de todos, vecinos y comerciantes, que se conservarse casi intacta. Es decir, en un principio, un grupo de personas de Guanajuato que intentaban echarnos con nuestras mesas, de pronto compartían con nosotros una causa común, y logramos embonar, y era que no veníamos a violentar sino a embellecer el espacio público, asimilándonos a sus cualidades de origen, comenta Cheli, finalmente.
Y es que para la comunidad guanajuatense, el Bossanova café se asocia desde siempre con la génesis en el cambio de paradigma con respecto al trato de los espacios públicos. De hecho, pasada la disposición oficial de 2005, la Plaza de San Fernando es, dese entonces, la única que se mantiene intacta en el estado de Guanajuato, y ha sido una de las plazas, premiada en sucesivas ocasiones en premios nacionales e internacionales de índole patrimonial, como una de las más bellas.