Después de Auschwitz y las bombas arrojadas a Hiroshima y Nagasaki el espacio es uno de los temas que ha de pensarse. Si bien la noción espacial ha cambiado su concepción a partir de los ataques aéreos y el aniquilamiento masivo de sujetos1 se impone la pregunta ¿Cómo hacer los espacios habitables? Esta es la apuesta en la sociedad contemporánea.
El mundo padece el cambio de paradigma descrito por Zygmunt Bauman: una modernidad líquida. Ante esto el sujeto debe reinventar los sitios donde se desenvuelve. Los espacios cotidianos tratan de operar sin el sujeto o a expensas de éste. La metonimia, las relaciones de producción y consumo, la exclusión y el avance de la técnica parecen ser la constante en la esfera demográfica que no dejan otra opción aparente al sujeto más que vivir el día a día.
Si se piensa dentro de los conjuntos habitacionales la risa, el chiste, el juego (de palabras o en acto), las pasiones, el amor, el cuerpo, es decir, la re-incorporación de las metáforas subjetivas como bisagra ¿no se llegaría a una lógica distinta?; un espacio donde lo inconsciente se abra caminos y la subjetividad no se diluya entre las capas de asfalto y concreto. Pasar de la esfera arquitectónica a los entramados del deseo ligados al otro.
La apuesta es dirigirse a pensar las ciudades como un tejido donde el deseo-pasión hace nudo y no perderse en los laberintos de la superviencia. Reformular los espacios para hacerlos habitables al ritmo del sí a la vida; una tarea casi imposible, sin embargo, que no se vuelva impotente para cada sujeto singular.