Fue la noche que el Estadio Azteca extrañaba, en la que volvió a ser feliz porque Brasil 2014 regresó al horizonte tricolor. Había demasiada nostalgia por ver a México ganar y en cuanto se concretó el triunfo de ayer sobre Panamá el júbilo estalló inconmensurable.
“Oe, oe, oe, oe, Raúl, Raúl”, reconocía el Coloso de Santa Úrsula a su héroe Raúl Jiménez, quien con un golazo resucitó la alegría que había esfumado Luis Tejada con su gol.
Pasó mucho tiempo, más de un año, para que la Selección Nacional ganara un partido eliminatorio en casa. Demasiada amargura había quedado en el ambiente del Coloso de Santa Úrsula. Esos reproches, abucheos y denostaciones sufridas en los últimos partidos quedaron atrás. La reconciliación llegó por la vía de Oribe Peralta y su tiro cruzado para definir el partido.
Hogar, dulce hogar para México y eso es noticia. El Azteca volvió a creer en sus futbolistas, recuperó la fe en los ídolos, los patrocinados, televisoras y demás empresas con dinero en juego también tuvieron un respiro, porque el Tri aún puede pelear por estar en la Copa del Mundo aunque sea por el repechaje ante Nueva Zelanda.
La única mácula de la noche, el penalti fallado por Javier Hernández, que generó malestar entre los fans al conjunto verde, que ayer estrenó playera. El susto, de Luis Tejada con su gol del empate parcial puso de nueva contra las cuerdas a México. Pero llegó el delantero americanista para componer el camino hacia la Copa del Mundo.
De nuevo, asistieron. Animados, dispuestos a dejar los gritos a favor de Tri en el cielo del Estadio Azteca, porque la fidelidad pudo más en los aficionados a la Selección Nacional que el hartazgo por ver a su equipo incapaz de ganar. Esta vez no fueron defraudados.
El Cielito Lindo, los olés, los abrazos, las sonrisas y el grito de gol. Expresiones perfectas de una tribuna que se cansó de insultar a los suyos, porque en cada juego daban un paso hacia atrás, como si quisieran faltar a la cita mundialista.
Era el día en que la afición al combinado verde no podía fallar y no lo hizo. Los rostros pintados, las playeras verdes, unas con el 14 en la espalda y la invocación espíritu de Javier Hernández, otras traían el 10 apelando al recuerdo de la valentía de Cuauhtémoc Blanco; la famosa ola en su máximo esplendor…
Y no era para menos. La simple llegada de Víctor Manuel Vucetich al banquillo del equipo verde trajo consigo un optimismo que no se había justificado en la cancha. Los mexicanos le creyeron al Rey Midas, ese técnico capaz de convertir clubes en campeones, inspiró la confianza en que México será mundialista sea como sea.
Ni siquiera un tal “Carlos Vela” y un ficticio José Manuel de la Torre quisieron perderse el compromiso del Tricolor: “Venimos aunque nos odien”, decía el chavo identificado como Pepe Púas, quien traía puesta la máscara del delantero de la Real Sociedad y renuente a defender la playera de México.
Hasta la señora que vendía frituras afuera del coso se mostraba optimista: “Vamos a ganar y de ahí nos vamos al Mundial”, expresó.
Fue el último partido de la Selección Nacional en el Coloso de Santa Úrsula en el Hexagonal final de la Concacaf y había que defenderlo.
Con el golazo de Raúl Jiménez, el éxtasis del Azteca exterminó, al menos por unos días, los fantasmas de la eliminación.
El Coloso de Santa Úrsula volvió a ser feliz.