“No me vendo, pero vendo lo que puedo”: Brenda, vive en las calles de León desde los 12

Salió de su casa en Cortazar a los 12 años, hoy a sus 39 sobrevive vendiendo cigarros sueltos y dulces en el centro

Imagen representativa de Brenda | I.A.

Celaya, Guanajuato.- Brenda tiene 39 años. Vive en la calle desde los 12. No se llama así en realidad, pero ese es el nombre con el que se presenta. Se fue de su casa cuando era niña, luego de varios episodios de violencia con la pareja de su madre.

“Ese señor me golpeaba. Una vez me amarró de un tubo y me dio con un cable. Nadie dijo nada. Me salí por la ventana una noche y no volví.”

Llegó sola a León. Empezó vendiendo chicles y cigarros sueltos cerca de la central. Desde entonces ha pasado casi dos décadas durmiendo en calles, banquetas, cuartos rentados por noche o casas abandonadas.

“No he dejado la calle, porque aquí ya me sé mover. Sé a quién evitar, a quién acercarme. Me cuido sola.”

Cursó solo primero de primaria. Aprendió a leer viendo etiquetas, anuncios y lo poco que recordaba de la escuela. No tiene documentos, ni acta, ni CURP, ni INE.

“Fui una vez al DIF y me mandaron por papeles. Les dije: ¿cuáles? Si no tengo ni dónde dormir.”

Brenda no se droga. Pero sí le gusta la cerveza, a veces dos diarias “caguamas” cuando hay dinero. Dice que la ayuda a relajarse, pero que no ha querido meterse “nada más fuerte”, porque ya vio a muchos terminar mal.

“Yo quiero estar despierta. Aquí hay que estar pilas. Si te atontas, te asaltan o te agarran entre varios.”

Tiene varias cicatrices. En la ceja, en el brazo, en la espalda. “Una fue por una navaja, otra porque me aventé de una barda cuando me corretearon. Las demás ya ni me acuerdo.”

Dice que nunca ha sido “put…”. Ha hecho otras cosas: cargar bolsas en el mercado, vender encendedores, lavar carros, barrer afuera de negocios a cambio de unas monedas.

“Lo que sea, pero derecho. Nunca me he vendido. Y si un cliente se pasa, se lo hago saber. Aquí no es de agachar la cabeza.”

Reconoce que a veces le gustaría salirse de ese ambiente. Le ofrecieron ayuda en una fundación, pero no aceptó. “Me querían llevar a León. Pero allá no conozco a nadie. Aquí ya tengo mis esquinas, la gente que me conoce.”

Antes de irse, dijo sin rencor, pero con firmeza:
“No soy mala persona. Nomás me tocó esta vida. Y la he sabido aguantar.”

Historias como la de Brenda hay muchas. Mujeres y hombres que, por violencia, abandono, adicciones o simplemente por falta de oportunidades, quedaron fuera del sistema. Viven en la calle sin documentos, sin protección, sin acceso a servicios básicos. Son parte de una realidad que muchos prefieren no mirar.

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Periódico Notus
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