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Miguel Hidalgo, el hombre

Padre de la Patria... y de cinco hijos; la biografía ocultada

A Miguel Hidalgo le encantaban las corridas de toros, las peleas de gallos; hombre de tertulias, gustaba del buen vino y la buena mujer. Fue hombre de pasiones ideológicas y, sobre todo, de pasiones humanas, plenas de amores prohibidos. Fruto de ellos, tuvo tres hijas y dos hijos.

Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor nació el 8 de mayo de 1753. Llegó a la vida en los años de transición de la etapa virreinal derivada de la conquista a la etapa colonialista de mayor sometimiento a la corona, dominada por los Borbones.

Con los Borbones acabó la era de proteccionismo legal a los naturales de la Nueva España y aplicaron cuantiosos tributos (impuestos) a criollos. Muchas familias criollas perdieron bienes al serles embargados por no poder pagar el tribuno. La familia de Miguel Hidalgo fue una de ellas.

Miguel fue el segundo hijo de Don Cristóbal Hidalgo y Costilla y de Doña Ana María de Gallaga. Hay dos versiones sobre su lugar de nacimiento: la oficial, que nació el 8 de mayo en la hacienda de Corralejo, actual de Pénjamo, Guanajuato (aunque en ese tiempo era jurisdicción de la Alcaldía Mayor de León); y otra que reclama su natalidad para la comunidad de San Vicente del Caño, hoy municipio de Abasolo y en su tiempo parte de la alcaldía mayor de Guanajuato.

Una investigación de Antonio Pompa y Pompa, realizada en 1947, determinó que Miguel Hidalgo nació en Corralejo.

La vida airada de un despeinado

En el marco de la celebración del primer Centenario del inicio de la lucha por la Independencia, Justo Sierra, entonces de Instrucción Pública y Bellas Artes, encargó al historiador José María de la Fuente un trabajo biográfico sobre Miguel Hidalgo y Costilla. De la Fuente escribió un voluminoso texto sobre la vida privada del Padre de la Patria, en la obra Hidalgo Íntimo. Apuntes y documentos para una biografía del Benemérito Cura de Dolores. Fue publicada en 1910. La primera edición se hizo en la imprenta “El Tiempo” de Victoriano Agüeros y el gobierno de Guanajuato hizo una reimpresión en 2010, para celebrar el Bicentenario.

En el libro se siguen los pasos de Hidalgo desde su nacimiento y la visita que realizó a la tierra natal de su padre, ubicada en Tejupilco, estado de México; sus avatares en distintas tierras como cabeza de la insurrección y hasta su fusilamiento en el patio del antiguo Colegio Jesuita de Chihuahua.

La Historia oficial relata a un Miguel Hidalgo idealista, con aciertos ideológicos y errores militares, pero omite lo aportado por de la Fuente y biógrafos no oficiosos: el Miguel ingenioso y travieso, del enamorado y enamorador, que procreó cinco hijos: Agustina, Mariano Lino, María Josefa, Micaela y Joaquín, a quienes reconoció como tales y nunca los negó ante sus superiores

Hidalgo pasó sus primeros años en la hacienda de Corralejo, de la que su padre administrador, acompañado de sus hermanos Joaquín, Mariano, José María y Manuel. A los 14 años se fue a estudiar a Valladolid (ahora Morelia), a estudiar al Colegio de Francisco Javier y luego al Colegio de San Nicolás.

Por su talento, los colegiales le pusieron por apodo el “Zorro”. Recibió el grado de bachiller en teología en la ciudad de México, en 1773, y se ordenó sacerdote en 1778. En ese mismo colegio dio cursos de filosofía y teología y llegó a ser rector en 1791.

Hidalgo fue hombre de tertulias, de debates sobre filosofía, política y literatura. Su vocación religiosa no le impidió ejercer su vocación para el amor. Siendo rector, mantuvo relaciones clandestinas con Manuela Ramos Pichardo, con quien procreó a Agustina y Luis Mariano.

“El Zorro” enfrentó las críticas y se presume que ese hecho generó su expulsión del Colegio. No obstante, el cronista Isauro Rionda considera que fueron las ideas progresistas y no el libertinaje íntimo la causa de la salida de Hidalgo, quien a pesar de ser enviado a curatos de varios pueblos, su espíritu rebelde y aventurero persistió.

En San Felipe, por ejemplo, fue acusado de “hereje” por discutir con varios sacerdotes en un sentido “irreverente y burlón”. La Inquisición le abrió un proceso, pero fueron tantas las opiniones favorables que no tuvo sanción alguna. Con la simpatía popular como respaldo, Hidalgo siguió su vida licenciosa a la par de su preparación, alimentada por la lectura de libros y las discusiones con otros pensadores criollos.

El proceso, sin embargo, fue reabierto en 1807. Una mujer, de nombre Manuela Herrera, se presentó a declarar voluntariamente ante la Inquisición que había tenido sus quereres con el cura, quien, según la versión de la mujer, la convenció con la siguiente frase: “¿Qué querrá usted creer que hay infierno y hay diablos?, no creas eso, Manuelita, que esas son soflamas”.

Cuerpo había, pero delito demostrado no hubo e Hidalgo siguió sus andares entre soflama y soflama (que en términos coloquiales modernos equivalen a decir que son puros choros); formó en San Felipe una orquesta que amenizaba las fiestas donde él era el centro de atención; tradujo “El Tartufo” y montó obras de teatro, ante el rechazo de la gente más devota “y el aplauso de los libertinos”, escribió De la Fuente.

Fue ejemplar su trato y apoyo a indios y mestizos, los organizó y educó, los apoyó para el desarrollo de la industria artesanal que hasta la fecha persiste. A la muerte de Joaquín, su hermano mayor, se le dio el curato del pueblo de Dolores. Traductor del francés, se aficionó a la lectura de obras de artes y de ciencias, y tomó con empeño el fomento de varios ramos agrícolas e industriales.

Fue entonces cuando hizo mancuerna de parranda y política con un inquieto joven criollo militar: Ignacio Allende, avecindado en el pueblo de San Miguel el Grande, gallardo y galante, distinguido también por sus dotes de jugador y catador de vinos y carnes.

El resto de la historia es más conocido: En 1809 fracasó una conspiración en Valladolid y los conspiradores se refugiaron en Querétaro, protegidos por el corregidor Miguel Domínguez. A este grupo se unió Hidalgo, animado por Allende, y en 1810, tras ser descubiertos, surge el momento del famoso grito de Dolores.

Los conjurados fueron reducidos a prisión tras iniciar una lucha por la autonomía de la Nueva España, gesta que culminaría 11 años después con la independencia de lo que ahora es México.

Hidalgo, el teólogo, el filósofo, el hábil propagandista que tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe en su paso por Atotonilco, el Hidalgo libertario que abolió la esclavitud, el liberal que mantuvo su lealtad al rey Fernando VII y que luchó por el derecho de los criollos a gobernar la tierra en la que nacieron, habría de morir fusilado el 30 de julio de 1811 en lo que hoy es el estado de Chihuahua.

Luego su cuerpo fue expuesto al público afuera de la prisión y su cabeza fue colgada en una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas.

Hidalgo, el sabio y galante, escribió José de la Fuente, “era un hombre de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes y vivos; la cabeza algo caída sobre el pecho; bastante cano y calvo… vigoroso, aunque no activo ni pronto en sus movimientos, de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio cuando entraba en el calor de alguna disputa. Su traje, un capote de paño negro, con un sombrero redondo y bastón grande, calzón corto, chupa y chaqueta de lana”.

Tenía “el entrecejo arrugado un tanto, concentra la mirada penetrante, pensativa, interrogadora y ligeramente cargada de amargura, sobre su nariz fuertemente aguileña y un leve gesto de contrariedad, apenas acentuado que pliega sus labios”.

Hidalgo fue liberal y antiesclavista, a la vez que promovió las expresiones culturales críticas de su tiempo. Fue un revolucionario y un hombre comprometido con los más pobres.

Formado en el humanismo jesuita e inmerso en el liberalismo del siglo XVIII, trascendió su condición de criollo y convivió con peones y esclavos de la hacienda de Corralejo, donde nació.

Aprendió lo mismo lenguas indígenas como el otomí, el náhuatl y el purépecha como lenguas extranjeras como el francés. Amó lo mismo las expresiones del arte indígena como el arte universal de su tiempo.

igual participaba en una tertulia de criollos, donde disertaba sobre el arte y el pensamiento político libertario, que en una fiesta popular donde bebía y bailaba. Por eso desarrolló una sensibilidad y un compromiso social, que lo llevó a enseñar a indios y mestizos una serie de oficios y expresiones culturales.

Aún viven sus descendientes, fruto del Hidalgo hormonal que ha sido oculto por esa imagen del Hidalgo neuronal al que se le rinde homenaje. Me quedo con ese Miguel Gregorio Antonio de franchaleta, de olés y canto, de aplauso al gallo ganador, del piropo hábil y la amorosidad presta a rendirle culto a una sangre española nacida en tierra de indios.

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