
México es un país privilegiado por su biodiversidad, pero también enfrenta una de sus crisis más dolorosas: más de 260 especies de animales están en peligro de extinción. No son solo cifras, son historias de vida que podrían apagarse para siempre.
En el mar, la situación más crítica la vive la vaquita marina, un pequeño cetáceo que habita en el Alto Golfo de California. Se calcula que quedan menos de 30 ejemplares, lo que la convierte en el mamífero marino más amenazado del mundo.
En la tierra, el jaguar sigue recorriendo selvas y montañas, aunque cada vez con menos espacio. Hoy se estima que hay poco más de cuatro mil en todo el país. Muy cerca de la capital, el teporingo, conocido como el conejo de los volcanes, sobrevive en pequeños grupos en las laderas del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.
El oso negro, que alguna vez fue común en el norte, ahora aparece de forma esporádica en la Sierra Madre Oriental, y el perrito llanero mexicano, un roedor que solo existe aquí, resiste en pequeños parches de pastizal en Coahuila, Nuevo León y San Luis Potosí.
Los cielos también están en riesgo de volverse más silenciosos. La guacamaya roja, con su vuelo de colores intensos, ha perdido gran parte de su hábitat por la tala y el tráfico de fauna. En las selvas, el mono araña enfrenta la misma amenaza: menos árboles significa menos vida para él.
Y en las costas, las tortugas marinas siguen siendo un símbolo de lucha. Seis especies llegan a anidar en playas mexicanas, pero todas enfrentan saqueo de huevos, contaminación y la pesca incidental.
Hablar de estas especies es hablar de la identidad natural de México. Cada una cumple un papel en los ecosistemas, y su desaparición sería una pérdida que no solo afecta a la naturaleza, también a nuestra cultura y a las generaciones que vienen detrás.