Luces en la montaña (cuento)

Nota importante: Todos los personajes de esta y las demás historias son ficticios, producto de la mente del autor. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. MakaBrown

¿Ya pasaron los niños vendiendo leña?, nos preguntó nuestro vecino temporal en el cerro.

No, respondimos… de haber sabido nos hubiéramos ahorrado los arañazos.

Eran las dos de la mañana. El clima estaba templado y las cervezas apenas y nos caían bien en la oscuridad de la noche. Cientos de casas de campaña se iban instalando a la orilla del camino de terracería por donde veríamos en primera fila la velocidad de los autos del rally.

Había todo tipo de vehículos que llegaban rápidamente, como si se tratasen de los mismos pilotos que competirían. Algunos bajo los influjos del alcohol, otros en un ambiente familiar.  Algunos caminaban con lámpara en mano buscando la mejor zona (y sin tanta piedra) para instalarse y descansar un rato.

Nosotros llegamos temprano, precisamente para escoger una buena posición. La verdad, rezamos porque no nos tocará a nuestro lado algún grupito de escandalosos. Tuvimos suerte. Del lado izquierdo una familia. Del lado derecho un par de jóvenes, tranquilos, buena onda que venían a disfrutar del evento.

Llevábamos de todo un poco, lo que sí se nos olvidó fue el machete. La familia de al lado nos prestó el suyo y fuimos a la búsqueda de leña. No había mucho que escoger en esa parte desértica del cerro. Si acaso unos cuantos huizaches secos con los que nos espinamos por la desesperación de que no había ninguna rama seca.

Cuando los chavos de al lado se acomodaron con sus cosas, lo primero que nos preguntaron era que si ya habían pasado unos niños.

-¿Ya pasaron los niños vendiendo leña?, nos preguntó nuestro vecino temporal en el cerro.

-No, respondimos… de haber sabido nos hubiéramos ahorrado los arañazos.

Hicimos la fogata con lo poco que encontramos y con algo de carbón que llevábamos. Nos pidieron que sí podían asar su arrachera en la parrilla, a lo que asentimos.

Perdimos la cuenta de las cervezas… y todo mundo se fue a dormir. Me quedé despierto toda la noche, viendo las estrellas. Pareciera muy romántico, pero la verdad era que con lo limpio del cielo, tenía años que no las veía de ese modo.

Empezaba a cabecear un poco, mientras las brasas en el suelo me susurraban que en poco tiempo se extinguirían.

-¿No compra leña?

Pensé que estaba soñando, pero a mi lado tenía a dos pequeños niños, tendrían unos ocho años a lo mucho.

-¡Niños!, les dije. Me asustaron. Los estuvimos esperando todo este rato.

-¿Necesita un poco de luz?, me dijeron aquellos pequeños.

Se veían cansados y con las caritas tristes y polvorientas.

-Claro, …déjenme toda. Cada uno traía en su espalda tres troncos medianos. Les ayude a quitárselos.

-¿Ya cenaron?, les pregunté.

-Gracias… mejor si nos regala un poco de agua.

Tomé un par de desechables y una garrafa de la hielera. Su sonrisa se les iluminó al tiempo que la llama de la fogata volvía a iluminar la oscuridad. Tomé mi cartera y saqué un par de billetes.

-Muchas gracias por todo… me dijeron mientras se perdían en la oscuridad.

Cuando empezaba a amanecer, aquellos troncos seguían encendidos. Todos me preguntaban que dónde los había obtenido. Les conté la historia de los niños. Pero… algo raro estaba pasando, pues me veían de un modo extraño.

-¡En serio… eran dos niños!, les compré toda la leña que traían. El sol ya dejaba ver sus primeros rayos.

Un policía que se encontraba cerca para dar seguridad al evento me alcanzo a escuchar.

-Amigo… eso no es posible.

-Por qué no oficial, le pregunté.

-Aquí no hay niños vendiendo nada. Por seguridad esta estrictamente prohibido que menores de edad vendan leña.

-Pero eso es injusto, le reclamé al policía, además, es necesario… es un servicio, no hacían nada malo.

-Amigo… (me dijo en otro tono el poli) el año pasado murieron precisamente en este lugar dos niños de ocho y nueve años. Vendían leña. Nadie supo que les pasó. Los encontraron tirados con sus caritas llenas de tierra. Por eso se decidió que los menores no podían comercializar nada… ni siquiera leña.

El primer auto pasó a tal velocidad, que no pude ni siquiera verlo. Mi mente estaba en la luz de la fogata. En la luz de la montaña y en las caritas de ese par de niños fantasma.

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