Por: MakaBrown
Ir de voluntario de me había hecho una buena idea. Quería apoyar ante la contingencia de salud que estábamos viviendo. Lo que nunca me imaginé fue que me enviarían a la isla cementerio.
Llegamos en helicóptero, éramos un grupo de 40 voluntarios que nos íbamos sumando en el transcurso de unas horas. El lugar olía literalmente a muerte. Los cajones de muertos llegaban de cientos en cientos. Parecía que nunca íbamos a terminar.
Con las retroexcavadoras hacíamos los agujeros para que cupieran de cinco en cinco de manera vertical. Estuvimos acomodando a los muertitos durante dos días consecutivos, casi sin descansar. Aunque me moría de sueño, la verdad no quería cerrar los ojos, sólo de imaginarme que había tantos cuerpos muertos por el famoso virus que azota al mundo.
Todos teníamos puesto nuestro equipo de protección, pues en esta isla, no solamente se han enterrado muertos por coronavirus, sino por tuberculosis, o cuerpos que nunca han reclamado, principalmente indigentes o aquellos que no pueden pagar un panteón tradicional.
También aquí traen a los fetos y aquellas cuerpos que nadie reclama o identifica. Por lo general los que hacen esta labor de excavación son los presos de la ciudad, pero debido a la alta probabilidad de contagio, decidieron utilizar el apoyo de voluntarios con el equipo adecuado para no contagiarnos.
Me senté al lado de la llanta de la retro, cuando de pronto en la oscuridad escuché unos pasos. Era una niña, seguramente no tenía ni siquiera los diez años.
-¡Niña!, ¿qué haces aquí? Le pregunté sorprendido mientras me ponía de pie.
-Busco a mi mamá, me contestó con vez quedita.
-Quién es tu mamá, o cómo se llama.
-La verdad no me estaba gustando nada la situación.
-Espérame aquí le dije. No te muevas. Fui corriendo a buscar al supervisor. Cuando le expliqué me dijo que era imposible que eso sucediera, pues el acceso estaba súper controlado por los guardias de seguridad. Que simplemente era imposible.
-Regresé un tanto confundido hasta donde había deja a la niña.
– A lo lejos, entre la penumbra vi como brincaba se cajón en cajón, Asomándose entre las rendijas en la búsqueda de su mamá.
-De pronto se detuvo, sobre uno de aquellos cajones de madera de pino.
-¡Acá está, acá está! gritaba emocionada. La imagen de la niña se fue difuminando entre lo negro de la oscuridad.
Esa fue la primera historia de fantasmas que me tocó vivir en aquella isla de la muerte.