Columnas

Un fantasma en La Pradera de Irapuato (3ra. y última parte)

Después de aquel día en que la comunicación era directa entre Luis y Nelly, todos los días, a la misma hora se hablaban por teléfono. Su amistad fue creciendo llamada tras llamada. Siempre se prometían que pronto se conocerían en persona… era su sueño.

Un chico y una chica que se juraban amor eterno sin ni siquiera conocerse. Estando tan cerca… y tan lejos.

Luego se varios meses, Luis terminó la secundaria y se fue a vivir a Guanajuato capital. Venir a Irapuato para él era algo mágico. Pues aunque podía llamarle a Nelly desde donde se encontraba, prefería volver una y otra vez a aquel teléfono público de La Pradera, en el que con sólo una moneda de un peso podía hablar durante horas con su amada.

Cierto día, Nelly por fin le dio su dirección (por muy obvias razones no las puedo publicar) pero para que tomen como referencia, era a unas casas de la glorietita de La Pradera, muy cerca de donde estaba un taller mecánico en el que se especializaban en la marca VW).  Y tengo que hacer la aclaración de esta parte, porque luego algunos de ustedes pudieran sentirse identificados, incluso ofendidos por creer que hablamos de lo mismo, pero créanme que igual y es mera coincidencia.

Luis fue a la tienda a comprar unos chocolates. Nelly le había comentado que le fascinaban. Bien peinado y perfumado se armó de valor y fue a la casa de Nelly.

Parecía una casa con buen gusto. Tenía macetas con flores coloridas y en la pared una jaula con un par de canarios.

Timbró. “Pero qué estoy haciendo, es una locura”, se decía Luis para sí mismo.

No salía nadie, ni se escuchaba ningún ruido, salvo el de los canarios que aventaban el alpiste.

Volteaba a ver el paquete de chocolates y desesperaba. Por fin la puerta se abrió.

Era una señora de edad avanzada, tal vez unos sesenta o sesenta y cinco años. Se acomodó los lentos y sonrío.

-¿Si joven, qué se le ofrece?

-Di…. Disculpe… ¿estará…estará….. Nelly?

Los pequeños canarios se pusieron muy inquietos, mientras aquel silencio de la señora comenzó a incomodar a Luis.

-¿Nelly…?

– Si… Nelly, es mi amiga. Hablé con ella ayer, le dije que vendría. Soy Luis, su amigo… le puede decir…

La señora se acercó un poco hacia donde estaba Luis, abrió la pequeña rejilla que los separaba.

-Pasa hijo, pasa.

-Luis dudó un momento. “A… aquí la espero gracias”.

– La misteriosa señora entendió la desconfianza de Luis. Tomó su mano y le dijo.

-Nelly no está…

– … puedo regresar después…

-Nelly no está hijo. Nelly no está con nosotros. Le decía con un sollozo a Luis. Sus lágrimas comenzaron a rodar por las arrugas de sus mejillas.

-Hace quince años que partió.

Luis no entendía nada. “Pe.. pero…  ¡acabo de hablar con ella!”.

No hijo. Nelly era muy buena persona, muy alegre y platicadora, de hecho se la pasaba pegada en el teléfono todo el día. Tenía un buen amigo que se llamaba Luis, igual que tú. Un día cayó una tormenta aquí en la ciudad, fue el seis de julio de 1981. Un rayo retumbó por todo Irapuato, cuando miré hacia el sillón de la sala, ahí estaba Nelly, tendida sobre el sillón. Nunca supimos que fue exactamente que pasó, al parecer el rayo entro por el cable y ataque cardiaco terminó con la vida de mi pequeña Nelly.

-Luis quedó pasmado. Inmóvil. Los chocolates cayeron al suelo mientras sollozaba en silencio.

-Del otro lado del teléfono, sólo se escuchaba la voz de un chico que decía “Nelly, sigues ahí, Nelly, amiga… la voz de mi conciencia… estás ahí”.  Luego se colgó la llamada y comenzó la grabación del número equivocado… “Lo sentimos el número que usted marcó, no existe, favor de consultar su directorio”.

 

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