Abasolo, Guanajuato.- Hace muchos años, los habitantes del municipio de Abasolo, observaban extrañados como en la parte alta del cerro, se formaban y arremolinaban gruesas nubes, qué sin punto de transición, empezaban a soltar un torrente de agua acompañada de un fuerte viento que no los dejaba avanzar, cubriéndose todo el horizonte de una gran obscuridad, interrumpida de cuando en cuando por los relámpagos que iluminaban un hombre vestido de negro que saltaba tranquilamente de un picacho al otro, observando que a cada salto, los relámpagos y la lluvia arreciaban, por lo que; con un gran miedo corrían despavoridos de regreso al pueblo, dirigiéndose a la parroquia, para informar al Sr. Cura lo que estaba pasando.
El Sr. Cura, que cuentan acababa de llegar al poblado y que según algunas versiones se llamaba Don Efrén Urinco, los escuchaba con atención y creyendo que se habían espantado por lo repentino de la tormenta, los mandó a sus casas, los vecinos después de escuchar al Sr. Cura, corrieron de regreso a sus casas, más la tormenta no cedía y los relámpagos arreciaban haciendo visible al hombre de negro que saltaba tranquilamente de un picacho al otro, llenos de terror; apenas amaneció volvieron con el párroco a quien le pidieron ayuda. El párroco que también había visto el extraño fenómeno, preguntó que podía hacer y después de varias sugerencias, alguien opinó “que se hagan dos cruces y se pongan en cada punto de donde salta el hombre” y siendo aprobada por todos esta sugerencia, corrieron algunos vecinos a buscar unos maderos con que hacer las cruces, mismas que armaron en el atrio de la iglesia, para después de ser bendecidas por el párroco, salió éste al frente de la población rumbo a los picachos en donde saltaba el hombre de negro.
La distancia entre el pueblo y los picachos era muy corta y, sin embargo, por la fuerza del viento y la tormenta que no cedía, el avance se hacía muy lento, hasta que después de muchos esfuerzos llegaron al primer picacho, en donde el Sr. Cura, después de bendecir el lugar, ordenó hacer un agujero para poner en él la primera cruz. Conforme iban avanzando en la perforación del agujero, parecía que se irritaba más la naturaleza, ya que: nubes, agua y rayos, formaban un concierto dantesco que tenía aterrorizados a todos y solo por la fuerza de voluntad del párroco, continuaban escarbando.
Al terminarse de hacer el agujero, el párroco dijo unas oraciones y le echo agua bendita tanto al agujero como a la cruz, colocando ésta en el agujero, para de allí continuar hacia el otro picacho en donde al llegar, realizaron la misma operación, con la diferencia que al colocarse la segunda cruz en el agujero, se escuchó un grito infrahumano que parecía salir de la barranca, se soltó un temblor en los dos picachos, que originó que varias rocas grandes se desprendieran y fueran a caer en la base de los picachos (a orillas del pueblo).
Muchos de los que acompañaron al Sr. Cura a poner las dos cruces, observaron la gran distancia que existe entre los dos picachos y la profundidad de la barranca que se forma entre ambos, por lo que murmurando decían: “en verdad eso que saltaba de un picacho al otro debió ser el diablo, ya que ningún ser humano puede hacerlo”, idea que se quedó grabada en todos, razón por la cual desde esa fecha fueron bautizados los picachos como “El Brinco del Diablo”