Columnas

El valor de la reserva

Tengo que aclarar que no nací en un auto. Aunque si tengo uno de cuatro cilindros. La marca es lo de menos, es un modelo dos mil siete y bien afinado me da más o menos diez kilómetros por litro; es decir, con veinte pesos me muevo diez kilómetros en caso de que no haya tráfico.

Los hechos de los últimos días me han dado la pauta para la reflexión de todos los comentarios de las redes sociales y de la gente que me rodea. Estamos enojados, preocupados, estresados, cansados, por el desabasto de la gasolina.

Lo que parecía “normal”, ir a la gasolinera y ponerle unos doscientos pesos, hoy pareciera como un sueño. Que te laven el parabrisas y checar la presión de las llantas para buscar algunas monedas para dárselas al despachador parecieran imágenes de una nostálgica película de los años noventa.

Por una parte las calles desoladas, sin el ruido tradicional de los motores o los claxon parecieran algo así como el fin del mundo. Por otra, las largas e infinitas filas de autos, motos, personas con garrafas, o empujando sus vehículos parecieran como si estuviéramos a la espera de unas cuantas gotas de agua para poder sobrevivir.

Mientras unos se alegran porque el aire es más limpio, porque caminan más, porque hacen ejercicio. Otros, ven caer en pedazos sus negocios que dependen en gran medida del uso del vehículo para transportarse o transportar su mercancía.

Lo que es un hecho es que no hay gasolina. No la hay. Por ninguna parte. Mientras se habla de huachicoleo, corrupción, mentadas de madre para los gobernantes… NO-HAY-GA-SO-LI-NA.

Todos opinan. Todos opinamos. Las autoridades dicen que si hay, pero está mal distribuida, otros afirman que es la estupidez más grande del mundo cerrar los ductos sin tomar las previsiones necesarias. Otros se espantan, otros hacen memes… incluso hay quienes toman la situación con buena vibra poniendo al Daddy Yankee con todo y que “a ella le encanta la gasolina” y otros más sensibles, con Joaquín Sabina y su “Pisa el acelerador… con entusiasmo, pisa el acelerador hasta el orgasmo”.

Requerimos de la gasolina para que el mundo se mueva. Requerimos de la energía eléctrica para que el mundo funcione. Y es indispensable el agua que bebemos para poder vivir. así como el aire para respirar.

Que estos momentos de angustia, de terror, de pánico de desesperación y de impotencia, nos sirvan para valorar lo que tenemos. Nuestra vida, nuestra familia, nuestros amigos, nuestro hogar.

Saber que hoy podemos encender un foco… o beber un vaso de agua. Mañana tal vez no sea así.

Darle el valor a lo que sí tenemos y no maldecir por lo que no tenemos, pues hay más cosas o situaciones que no tenemos y sería una cuestión interminable estar encabronados con la vida por lo que no poseemos.

Si tienes salud agradecelo. Si tienes que comer, agradecelo. Si tienes agua para beber, agradecelo. Si tienes a quien amar, agradecelo. Si tienes a alguien que te ame, agradecelo.  Las cosas pueden ser mejores… pero no hay que olvidar que también pueden ser peores. Mientras haya aire… ¡respira!!!

Yo no nací en un auto. Sí lo ocupo, sí lo necesito (y mucho), pero mantengo la esperanza de que vendrán momentos mejores. De que el asunto de la gasolina tendrá un final feliz. Discúlpenme por ser positivo, pero aún creo que las cosas pueden llegar a un buen fin.

En el tanque apenas y tengo la reserva, y la valoro como si fuese oro, porque sé que hay miles de personas que en este momento están empujando su vehículo para dejarlo medio estacionado en lo que consiguen gasolina.  Valoro la reserva porque se que en caso de emergencia me podré mover veinte kilómetros. Valoro estos días de reflexión porque entiendo que es cuando uno puede proponer para poder sobrellevarlo. Valoro el momento que respiro… valoro mi reserva de vida.

¡Pisa el acelerador (de tu vida)… con entusiasmo!

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